Lunes de la 3ª semana de adviento (Mt 21,23-27)

Sacerdotes y ancianos le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús les replicó: Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres? Ellos deliberaron: Si decimos “del cielo”, dirá: ¿Por qué no le habéis creído? Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque le tienen por profeta. Dijeron: No sabemos. Él les dijo: Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.

La artificialidad es enemiga de la religiosidad

La trama del discurso es tan rebuscada que es casi imposible que sea histórica. De todas formas plantea con crudeza la artificialidad de una postura religiosa en los dirigentes. No hay ningún aspecto de la vida humana que no se preste más al artificio que la religiosidad.

Las actitudes calculadas para no perder los privilegios y seguir disfrutando del prestigio y el poder son los enemigos mayores de una religiosidad auténtica. Hacer trampas como si estuviésemos jugando un solitario no puede traer más que consecuencias nefastas.

Esos cálculos pueden tener ventaja ante lo demás, pero ante Dios son descabellados. La autenticidad es el primer requisito para poder avanzar en nuestra relación con Dios. Nos engañamos a nosotros mismo cuando pensamos que podemos hacer trapicheos con Dios.

A veces nos preocupa más lo que los demás piensan de nosotros que lo que somos en realidad. Esta actitud arruina nuestra espiritualidad porque nos obliga a simular.

No caemos en la cuenta de que lo que llamamos Dios no es una Realidad separada de mí sino mí ser como fundamento al que no puedo engañar. Es ridículo que intentemos aparentar lo que no somos ante Dios.

 

Fray Marcos