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Esta frase, atribuida a Jesús de Nazaret, me lleva a pensar en otra de igual contundencia y realidad: el que no avanza, retrocede. Y me pregunto una vez más ¿qué pasa con la Iglesia Católica que se niega a avanzar como se lo exige su imprescindible necesidad de diálogo con la sociedad en que se mueve? La Iglesia padece esclerosis, definitivamente. Hay muchos síntomas de que esto es así. ¿Qué podemos hacer quienes creemos que vivir según la propuesta de Jesús, exige hacerlo desde una comunidad que no sólo apoye sino que confronte?

Veamos algunos ejes de esta parálisis eclesial:

Recién realizado el Vaticano II, aún en medio de confrontaciones y fuerzas contrarias, la mayoría de las parroquias vivieron un renacimiento en muchos ámbitos que animó los sueños de mujeres y hombres eclesiales. Las mujeres participaron como acólitas, lectoras, ministros de la comunión de los enfermos, tomaron parte en la predicación de la palabra… Mujeres y hombres laicos administraron los bienes parroquiales e hicieron parte de sus juntas de orientación y de gobierno. Se esperaron transformaciones más radicales de un lado, mientras se negaban de otro.

Pasadas unas décadas este entusiasmo se mermó y lo más grave: Nuevas generaciones de seminaristas que no vivieron los aires del Concilio, se formaron en paradigmas más tradicionales y apegados a fórmulas antiguas. Hoy, muchas de esas parroquias, han retomado prácticas conservadoras y los nuevos creyentes se manejan como si nunca hubiera habido búsquedas diferentes, definitivamente volvemos hacia atrás: comunión de rodillas, mujeres lo más lejos posible del altar en funciones significativas, nada que ver en los destinos reales de las parroquias…

Por otro lado se convoca el Sínodo de la sinodalidad… del que muchos esperaban un cambio rezagado por siglos. Pero el cambio no llega y el Sínodo no alcanza siquiera a maquillar la ceguera de siglos. La realidad realmente es muy dura.

Un hombre como Francisco, el Papa, capaz de vislumbrar muchas de las necesidades del mundo y de escribir encíclicas sobre las urgencias que nos exige la naturaleza o los reclamos de fraternidad, de corazón y amor que nuestras sociedades necesitan… parece no escuchar muchos clamores al interior de su propia comunidad eclesial y no se toma en serio la urgencia de transformación como condición imprescindible para no perder vigencia en un diálogo que el mundo de hoy no tolera sino desde igualdades reales y profundas. Este Papa, al que admiro por muchas de sus palabras y actitudes… no lo alcanzo a entender cuando se trata del tema femenino… ¿qué le pasa? ¿qué le pasa a la iglesia?

Ya antes de iniciarse la reunión sobre la sinodalidad, Francisco mismo veta cualquier acercamiento a lograr en la iglesia dignidad para la mujer: el tema del diaconado femenino no está maduro para debatirse… ¿Qué significa estar maduro y quién lo determina? No basta que lo pidan iglesias nacionales enteras (la de Alemania por ejemplo), no importa que lo pidan los órganos que coordinan las comunidades religiosas femeninas, no importa que lo pidan teólogos y teólogas o comisiones… No está maduro todavía… ¿Y sí madurará en medio del silencio y la omisión?

Más allá del asombro y la protesta me pregunto de fondo: ¿Qué defiende la iglesia con esta negación a moverse? ¿Qué es lo que cree que teme perder? Porque no pienso realmente que a estas alturas del desarrollo de los estudios bíblicos y de la conciencia crística se pueda defender que no se hace tal cosa porque Jesús no la hizo. Desde lo más hondo de mí tengo que pensar que lo único que pasa y que temen, es que los hombres pierdan el monopolio del poder.

Todas las organizaciones en Occidente y la mayoría de las iglesias cristianas ya han abierto sus puertas a las mujeres. ¡Hasta el ejército! Pero la iglesia católica, no… ni siquiera permite discutirlo. Yo creo que este asunto reviste gravedad. Me resulta difícil además resolverlo -en el caso de Francisco, no de la mayoría de los varones eclesiales- con la respuesta del poder. No creo por todo lo que muestra en el conjunto de su pontificado que Francisco tema perder poder… ¿De qué está preso entonces en el tema del diaconado y la ordenación femenina?

Todavía en la Iglesia Católica los hombres tienen temores al “oscuro universo de la mujer”, es la única conclusión que se me ocurre. Todavía tal vez de manera inconsciente piensan que su “impureza” contamina el ámbito sagrado… No creo poder hallar razones diferentes en estos momentos de la discusión y claridad teológico-bíblica. Y esto sin abordar en estas reflexiones el problema inmensísimo de la pedofilia y de los abusos sexuales por parte de los sacerdotes…

Percibo además, un miedo indiscriminado al futuro. Como si el porvenir sólo exigiera desviaciones y caminos errados. La vida en abundancia, que prometió el Maestro no se puede encontrar con los ojos cerrados al mañana. La vida no está atrás en el retrovisor… la vida está adelante.

El evangelio nos habla claramente:

“He venido para que tengan vida…

En esto conocerán que son mis discípulos…

Los que hagas a un pequeño de estos, me lo harás a mí…

Hay que perdonar al hermano setenta veces siente…

Poner la otra mejilla…

Sanar a los heridos y enfermos…”

No hay chance de perderse… entonces ¿por qué tantos temores de romper cadenas y ensayar pasos nuevos?

Ojalá la fuerza del Espíritu irrumpa, expulse los temores y haga abrir las ventanas. De lo contrario, un diálogo con mundos del mañana resultará imposible.

 

Carmiña Navia Velasco

En el mes de Noviembre del 2024