Tras la claustrofobia del románico, el humano del bajo medioevo podía participar de ese festival de luz ininterrumpido. El gótico representó un firme paso hacia el igualitarismo y la democratización de la sociedad. Brotó en la noche oscura de la Edad Media. Ese mismo humano suspiraba por la luz y las estrechas láminas de alabastro la proporcionaban con cicatería.
El milagro del cristal del gótico puso al alcance de los poderosos y de los últimos la "Jersusalen celeste". El naciente y pujante “burgo” había crecido y acogido; además se permitía el lujo de regalar "un trozo de cielo". Ningún "torno de paso" a la entrada, ningún “check point”, ninguna tasa. El abundante incienso se encargaría de igualar a todos, de que ningún tufo importunara o discriminara. En el exterior la peste, el hambre y la guerra, pero dentro de la catedral el siervo, el vasallo estaban en “casa”, resguardados de la intemperie.
Francia tomó la delantera. Reunió el dinero, las proporciones y los andamios. Concitó también a "les maîtres maçons". Las ciudades compitieron por reunir dentro de ellas más metros cuadrados de siempre cotizada gloria. Sin embargo, a la vuelta de los siglos, la gloria en la tierra era también combustible, por más que sonaran las más modernas alarmas.
Soñemos, o lo que es lo mismo, oremos, para que, al término de la ceremonia reapertura de Notre Dame del próximo sábado, los primeros políticos de las naciones salgan otros, para que el templo majestuoso reinventado, les reinvente también a ellos y a ellas, les toque el corazón. Quieran elevar a todas las naciones, sin restricción; hacerlas grandes, anchas, luminosas y bellas como la propia catedral.
El icónico templo reabierto con la presencia de los mandatarios nos rehaga, nos reubique, nos libere. Incluso las devastadoras llamas pretéritas de la catedral parisina podrían cobrar razón si el ancho templo retomara su sentido original; si en la hora del “sálvese quien pueda”, si en vísperas de la siempre hospitalaria Navidad, acogiera la voluntad de los políticos unidos para rehacer un mundo más fraterno. Bendito el fuego devorador si también traga las ínfulas, si nos diera la oportunidad de empezar sobre otros cimientos. La gran cita de los dirigentes en ese espacio sagrado pudiera rehacer nuestras relaciones, tornara al otro más sagrado, más digno de abrigo, de cobijarse en un sanctasanctórum universalizado.
Ya se habrá disipado todo su olor a madera quemada. Los grandiosos arcos ojivales volverán a apuntar orgullosos hacia los cielos. Opere el gótico y su raudal luminoso sobre quienes reclaman cielo exclusivamente para los suyos, sobre los que quieren sólo para sí el generoso caudal de luz del gran rosetón.
El credo particular vea con bien igualmente “prendidos” su exclusividad y privilegio; observe la oportunidad de reunir y congregar más allá de sus dogmas y sus muros. Imaginemos que las llamas de hace cinco años fueron para repensarnos, para rehacernos, para ensanchar el espacio de la comunión sin fronteras, para que nadie se quedara a la intemperie, tras sus arbotantes.
Ante la grandeza del Misterio encarnado circunstancialmente en la piedra tallada, los más poderosos de la tierra, Trump por delante, se tomen tiempo para levantar la cabeza. Puedan contemplar la inmensidad de esas bóvedas de crucero, rendirse bajo el celeste gótico y se vuelvan así más humildes, tornen más serviciales, se dejen atravesar por una luz que se prodiga para todos, que no sabe de privilegios. Culminada la reconstrucción del nuevo templo, se sumen, desde los primeros bancos junto al altar, a la obra no menos ambiciosa de reconstruir una tierra en la que por fin haya un lugar para todos.
Koldo Aldai