¿QUÉ ES EL DIÁLOGO?
Stefano CartabiaLa reflexión que sigue, basada en mi experiencia y reflexión, no quiere ser exhaustiva y tampoco puede serlo en tan breve escrito. Simplemente quiero abrir pistas para profundizar en un tema sumamente importante en este cambio de época.
La palabra diálogo viene del griego διάλογος, “dia-logos”: dia, “a través” y logos, “palabra-discurso”. Podemos por la tanto, según su etimología, entender el diálogo como un pasar a través de las palabras, un conocimiento que pasa por las palabras. Si entendemos λóγος en su sentido filosófico más profundo podemos ampliar el sentido de diálogo a una comprensión que atraviesa el orden misterioso de lo real para captar el sentido.
Por eso que diálogo no es exclusivamente reservado a una conversación entre dos personas. En esta reflexión utilizo la palabra diálogo en su sentido más amplio: una manera de relacionarse entre dos o más personas o realidades (grupos, instituciones, naciones, religiones, etcétera) para buscar una síntesis y una verdad más global y armoniosa. Diálogo en el fondo es relación.
En nuestro mundo globalizado y tecnocrático se habla mucho de diálogo. En muchos casos usamos la palabra diálogo simplemente como una fachada, para mostrar algo que en realidad no queremos ni saber ni hacer. En otros casos la intención es más genuina y se intenta dialogar para encontrar acuerdos y para crecer en conocimiento y en comunión.
En la mayoría de los casos – tengo esta percepción – los frutos del diálogo no son los esperados. Entran entonces el desencanto y la frustración, la tristeza y el enojo.
Con todo esto – me interesa subrayarlo – cualquier intento sincero de diálogo es valioso, necesario y merece todo el apoyo y la confianza.
Intentamos ver con más claridad y profundidad. ¿Por qué no funciona el diálogo? ¿Por qué no produce los frutos esperados?
Como decía intentaré abarcar la experiencia del diálogo en su sentido más amplio: desde los encuentros personales, familiares y de amistad hasta el dialogo político, entre naciones y el dialogo intraeclesial y entre las religiones.
En todos estos vastos campos me parece que el esfuerzo por dialogar no conduce adonde queremos.
Hacemos experiencia de que los conflictos familiares siguen, el diálogo político es siempre superficial y frágil y ni que hablar del diálogo entre las naciones. También a nivel eclesial se notan muchas dificultades para vivir un diálogo fecundo y fructífero y lo mismo ocurre con el diálogo interreligioso.
¿Por qué no funciona?
Porque en realidad no estamos dialogando. En muchos casos son monólogos con apariencia de diálogo. No hay verdadera apertura ni disponibilidad a comprender radicalmente el otro. Hay apego a las propias posturas, miedos, prejuicios.
Intento proponer unas claves para un verdadero diálogo. Debemos tener presente que estas claves están interconectadas, se dan juntas, se superponen y se dan la una en la otra. Para mayor claridad y orden las analizo brevemente una por una.
Claves para un verdadero diálogo
Apertura total y radical
Un verdadero diálogo empieza por una apertura radical de mente y corazón. No es posible un diálogo sin esta apertura. La apertura expresa confianza, disponibilidad. Abrirse nos es tan fácil como parece. Abrirse es hacer espacio al otro para que se sienta cómodo, como en casa.
¿Cuántas veces en nuestros diálogos nos sentimos verdaderamente cómodos?
Abrirse es poner entre paréntesis nuestro saber y nuestras creencias. Es poner todo en juego, todo arriba de la mesa. Abrirse también supone aceptar la vulnerabilidad. Cuando nos abrimos realmente nos experimentamos más expuestos y vulnerables. Tal vez en este miedo radica la dificultad de una apertura total y radical. La apertura es un paso prioritario y esencial para un verdadero diálogo.
Escucha profunda
Un verdadero diálogo necesita una escucha profunda. Una escucha profunda no es para nada fácil y mucho menos automática. Tenemos que estar muy presentes en el momento del diálogo para escuchar. La inercia mental, las heridas emocionales y los miedos siempre condicionan – a menudo inconscientemente – nuestra escucha. Una escucha profunda significa que mientras escucho estoy totalmente ahí con todo mi ser: cuerpo, mente y espíritu. Escuchar profundamente significa que no tenemos apuro en contestar, que no juzgamos lo que estamos escuchando y que no estamos pensando. Simple y totalmente estamos escuchando. Estamos ahí, estamos totalmente presentes desde lo profundo del ser. En mi experiencia es bastante difícil asistir a una escucha profunda.
Soltar los prejuicios
Para un verdadero diálogo es imprescindible soltar los prejuicios. Es una operación difícil porque a menudo son inconscientes. Muchas veces ni nos damos cuenta de nuestros prejuicios. Por eso es fundamental, antes del dialogo, sincerarse con uno mismo: ¿tengo prejuicios? ¿Cuáles son? Esta operación requiere tiempo y es importante tomarse todo el tiempo necesario, hasta que sintamos con la mayor lucidez posible que hemos detectado los prejuicios y los hemos soltado. Si por algún motivo no logramos soltar algún prejuicio sería conveniente postergar la etapa del diálogo. Darse cuenta del vasto campo de prejuicios que vive en nuestro interior requiere la gran aventura del autoconocimiento.
Aceptación radical del otro
No existe un verdadero y fructífero diálogo sin la aceptación radical del otro. Y este paso requiere otro previo: la aceptación de uno mismo. Sin aceptación no hay diálogo. Una de las causas más frecuente del fracaso de los diálogos es la falta de aceptación. La aceptación incluye a todo: a mi mismo, a la situación actual, al otro o los otros. Aceptar radicalmente significa reconocer que la realidad tiene prioridad sobre el pensamiento. Lo que es, es lo que es: aunque me gustaría que fuera de otra manera. La aceptación es fundamental porque nos introduce en un estado de paz absoluta y sin causa. Cuando aceptamos estamos en paz y desde la paz cada diálogo encuentra el mejor terreno para dar fruto. La aceptación radical impide enérgicamente que nos atrape la tentación de querer cambiar al otro. Cuando existe – aunque sea solo una chispa – el deseo de cambiar o convencer al otro el diálogo está infectado desde el arranque.
Respeto integral
De la mano de la aceptación surge el respeto. El respeto integral del otro o de los otros indica que los he aceptado, que reconozco su ser y su valía más allá de cualquier otra cosa que pueda existir o surgir. Respeto es darse cuenta de la unidad radical que nos convoca, de la interconexión que existe. El respeto es la muerte de cualquier intento del ego de sentirse superior o mejor. En el respeto integral nos percibimos profundamente iguales en el ser, más allá de las distinciones. Y reconocemos las diferencias como expresión del mismo Ser que nos constituye. Respeto es: te acepto y asumo integralmente como eres y te manifiestas.
Silencio
El silencio tiene que preceder, acompañar y seguir el proceso de diálogo. Hablamos del silencio de todo nuestro ser: cuerpo, mente y espíritu. El silencio es la condición que facilita todas las demás condiciones para un verdadero diálogo. Desde el silencio nos ubicamos en nuestro lugar sano, lugar que es también el lugar sano del otro. Desde el silencio se derrumban los muros del miedo. Sabemos que estamos a salvo, sabemos que el diálogo de cierta manera y en lo profundo ya está hecho. El silencio nos pone en la verdad y sana las heridas.
Antes de entrar en el diálogo efectivo tenemos que darnos tiempos de silencio y echar raíces ahí. La preparación remota a un verdadero diálogo es la constante practica del silencio que se puede hacer, por ejemplo, a través de la práctica diaria de la meditación. La preparación próxima al diálogo es hacer unos minutos de silencio antes de comenzar el diálogo mismo.
El silencio es fundamental porque genera una palabra viva. La palabra que surge del silencio es una palabra pura, humilde, serena, verdadera. Panikkar hablaba de “la dimensión apofática de toda palabra humana”: cada palabra humana esconde una dimensión de silencio y de misterio, algo no dicho. Conectar con esta dimensión es esencial para que nuestras palabras sean auténticas.
Trascender la mente
El silencio nos lleva a trascender la mente. Es un punto esencial. Los conflictos y los diálogos fracasados surgen de la mente, nunca del ser. La mente es la identificación del yo con el pensamiento y hasta que estamos identificados con el pensamiento un verdadero diálogo es imposible y, peor, será siempre un diálogo pobre, parcial, frágil. No podemos dialogar a partir de la mente y del pensamiento. El pensamiento es siempre conflictivo, egoico, repetitivo. Cuando nos establecemos más allá de la mente, usamos el pensamiento como una herramienta y entonces el diálogo puede desarrollarse en armonía y profundidad. Si no trascendemos la mente seremos esclavos del pensamiento y nuestro diálogo será mental y por ende, aunque no degenere en conflicto, será muy limitado.
Reconocer y asumir la propia sombra
Una de las claves importante es reconocer la propia sombra. Si no somos capaces de detectarla y asumirla la sombra se proyectará inevitablemente en el diálogo y minará desde la raíz sus posibilidades de éxito. La sombra consiste en nuestras zonas oscuras que hemos reprimido en el inconsciente. Se necesita mucho trabajo y honestidad para verla, reconocerla y asumirla. No se trata de ser perfectos ya que siempre nuestras sombras y heridas nos acompañarán. Se trata de reconocerlas para no proyectarlas en los demás. En el fondo es aprender a hacernos cargos de nuestras zonas oscuras y nuestras heridas para que no distorsionen la percepción que tenemos del otro.
Disponibilidad al cambio
Todo lo que vimos nos lleva derecho a ser disponibles para el cambio. Entablar un diálogo sin una previa disponibilidad a cambiar es la premisa para el fracaso. Si vivimos todas las dimensiones que hemos analizado notaremos surgir una pacifica y alegre disponibilidad al cambio. Disponibilidad al cambio no necesariamente significa que tenemos que cambiar algo, pero si indica que nos dejamos trasformar por el diálogo. Cualquier verdadero diálogo – aunque en la superficie no cambia nada – es profundamente revolucionario y transformador.
Más allá de las palabras
Me parece oportuno ampliar el contenido del diálogo más allá de las palabras. En nuestra sociedad occidental la palabra está sobrevalorada, abusada y manipulada. Cuando se habla de diálogo lo restringimos a conversaciones y palabra. Se puede dialogar – entrar en relación – a través de muchas otras dimensiones de nuestra rica humanidad.
¿Por qué no introducir en nuestros diálogos elementos como el arte, la música, la danza, el canto?
Sin duda nuestros diálogos se verían purificados de tantas palabras y enriquecidos por otras dimensiones del ser.
Las palabras – si no somos extremadamente lúcidos y honestos – caen fácilmente en el terreno de la interpretación y el malentendido. Nuestra experiencia común lo confirma.
Las palabras hablan a nuestra mente mientras otras formas de comunicar hablan a todo nuestro ser. Ampliar el diálogo a otras maneras de entrar en relación y comunicar puede abrirnos a profundidades y posibilidades insospechadas.
Analizando tres diálogos
Si nos detenemos a analizar cualquier diálogo que consideramos “fracasado” – en el terreno personal y a nivel macro – nos daremos cuenta rápidamente de la ausencia de algunas de estas claves.
Vamos a analizar brevemente tres diálogos para darnos cuenta como funcionan o pueden funcionar las claves para un verdadero diálogo que hemos mencionado.
Diálogos políticos nacionales
Que la política mundial esté pasando por una de sus más grandes crisis no se le escapa a nadie. Poca o nula estabilidad, corrupción, fanatismo, falta de lideres. Es una crisis mundial que sin duda nos hará crecer. Los modelos democráticos que surgieron en el siglo pasado están reventando. Se aproxima a mi parecer un nuevo y más humano modelo de democracia. Uno de los factores de esta crisis es la incapacidad brutal de diálogo. Sospecho que en muchos casos juega también una mala intención: deseos de poder, fama, dinero. En muchos otros casos, bien intencionados, notamos una preponderante escasez de las claves que hemos mencionado.
En muchos parlamentos notamos poca apertura, poca o ninguna escucha profunda, muchos o bastante prejuicios, poca aceptación del otro, a veces se pierde el respeto, nada de silencio, nada de trascender la mente y por ende poca o ninguna disponibilidad al cambio. Por eso que los diálogos políticos, más que diálogos, son intentos de acuerdos. Reina lo superficial, los intereses creados, los fanatismos, las posturas ideológicas.
¿Cómo es posible el desarrollo de un país y sus ciudadanos en estas condiciones?
Las nuevas democracias estarán necesariamente ancladas a un verdadero diálogo.
Soñemos: imaginemos un parlamento donde haya apertura, escucha profunda, aceptación y respeto, silencio y disponibilidad al cambio.
¿Cómo será el diálogo que surgirá?
¿No tendrá un reflejo sumamente positivo para todo el país?
Dialogo intraeclesial
Muchas veces lo que estamos en la iglesia percibimos la dificultad de un verdadero diálogo. Experimentamos tensiones y frustración.
¿Por qué ocurre todo eso?
A mi parecer una de las causas más fuertes es la manera de entender y vivir la autoridad y el poder. Más allá de que el evangelio es muy claro en cuanto a la autoridad entendida como servicio, en la práctica y a menudo la autoridad es un obstáculo para el diálogo.
Me parece vislumbrar dos motivaciones para esta incoherencia.
La autoridad es impuesta y no reconocida.
Una verdadera autoridad es siempre reconocida y nunca impuesta. La estructura eclesial se basa en imponer autoridad y autoridades. Obvio, con el supuesto “aval” del Espíritu Santo. Obviamente no pongo en duda el rol del Espíritu en el caminar de la iglesia y sus autoridades. Pero si cuestiono el “uso” y la manipulación que hacemos del Espíritu y del Misterio para justificar una autoridad impuesta y el ejercicio del poder.
Una nueva y más evangélica visión de la autoridad se relaciona a temas muy concretos: la autoridad del Papa, la elección de los obispos y de los párrocos, el rol de los laicos y especialmente de la mujer. Solo para nombrar unos pocos ejemplos.
Las instancias decisionales en la iglesia son casi exclusivamente reservadas a los varones y a la jerarquía que, entre paréntesis, constituyen la abrumante minoría de la iglesia. En la elección de los obispos los laicos no tienen ninguna participación.
Es normal que una autoridad así entendida y ejercida no puede manifestarse en un verdadero diálogo. Esencialmente por falta de igualdad y por la creencia de “poseer” la verdad. Se confunde el rol de servicio que la autoridad otorga con una supuesta mayor dignidad o mayor sabiduría y lucidez.
Notamos entonces que en el dialogo intraeclesial falta una radical apertura, una escucha profunda, un soltar prejuicios (de todas las partes involucradas obviamente), una aceptación y un respeto radicales. Falta también silencio y – algo paradójico para una institución espiritual – trascender la mente.
Hasta que la jerarquía no se ponga en un plan de igualdad con el pueblo laico y hasta que el que tiene la “sartén por el mango”, no deje de mangonear, un verdadero diálogo se hace sumamente difícil.
La autoridad eclesial se fundamenta en dogmas y los dogmas, por cuanto los revistamos de espiritualidad, son formas relativas y parciales de expresar la verdad.
No son la Verdad. Esta manera unilateral y fundamentalista de entender los dogmas y la tradición nos atasca en el ámbito mental, donde un verdadero diálogo se hace imposible. Por eso que los diálogos más fecundos y provechosos se dan a menudo a partir de la base, donde lo que rige es la vida y no los dogmas. Donde la vida tiene prioridad sobre el pensamiento el diálogo es mucho más auténtico y fecundo.
Dialogo interreligioso
En el dialogo interreligioso el fenómeno es parecido. Acá tal vez lo más importante y urgente son las ultimas 5 claves. En estos últimos decenios se dieron instancias interesantes y profundas de diálogo, por lo menos en algún caso. Se pudo notar un crecimiento en apertura, escucha, en la aceptación y el respeto y en soltar prejuicios. Sin duda debemos y podemos crecer en esto pero estamos en camino. Me parece más urgente, como decía, apuntar al silencio, a trascender la mente, a reconocer la sombra, a ser disponibles al cambio y a buscar nuevas formas de diálogo.
En el diálogo interreligioso, todavía y en general, hay poco silencio. Se intenta dialogar a partir de conceptos, ideas, leyes, ritos, doctrinas. Este diálogo, aunque sin duda pueda servir y ayudar, quedará siempre atascado en la superficie y será muy limitado. Porque un dialogo “mental” no es, esencialmente, experiencial. Se dialoga a partir del pensar y el pensar muchas veces tiene poca relación con la vida y la experiencia. Dialogar a partir del silencio es dialogar a partir de la vida real, no de los conceptos o las ideas. En la experiencia del silencio todos nos encontramos, nos sentimos uno. Desde ahí el dialogo “verbal” toma totalmente otro espesor y calidad.
La consecuencia de esta falta de silencio en el diálogo interreligioso es la dificultad de trascender la mente y por eso, como expliqué hace un momento, nos quedamos atrapados en los conceptos y el lenguaje.
Creo que también es urgente emprender el camino del reconocimiento de la propia sombra, sobre todo a nivel institucional. Cuando la iglesia y el cristianismo dialogan con otras tradiciones se hace presente una “sombra” colectiva que, si no es reconocida, influye negativamente en el diálogo. La sombra colectiva de la institución iglesia y del cristianismo está constituida por toda nuestra historia de dolor, persecución, marginación, martirio. Si no logramos ver y asumir esta sombra la proyectaremos en el dialogo y veremos fantasmas donde no los hay. Esto nos llevará a cierta violencia, a cerrarnos y a juzgar.
Fundamental la disponibilidad al cambio. En un verdadero diálogo interreligioso es un elemento central y fundante.
¿Qué sentido tiene sentarse a dialogar si, desde un comienzo, me cierro a aprender y a cambiar?
Esto no significa, lo reitero, que necesariamente tenemos que cambiar algo.
Un diálogo verdadero sin duda iluminará la vida y podremos vislumbrar algún cambio posible. El diálogo no empobrece la identidad de cada uno, sino que la enriquece. El diálogo, si estamos abiertos y disponibles, confirmará nuestra identidad más profunda enriqueciéndola con otros aspectos y dimensiones.
Un diálogo profundo entre un cristiano y un budista por ejemplo, transformará el cristiano en un cristiano más pleno y auténtico enriquecido con la dimensión budista; y transformará un budista en un budista más pleno y auténtico enriquecido con la dimensión cristiana.
Es un viaje increíble y de una belleza inimaginable.
Por último cobra particular importancia la necesidad de abrir el diálogo a otras formas que trasciendan las palabras. En muchos casos, en el diálogo interreligioso, las palabras y el lenguaje serán obstáculo. Cuando nos abrimos a otras formas de dialogar descubriremos nuevas posibilidades para comprendernos, crecer juntos y enriquecernos.
El diálogo entre distintas religiones y tradiciones espirituales puede avanzar enormemente a través de la oración, del silencio, del arte, del danzar y cantar juntos, del juego, de la música.
Concluyendo
Se podría pensar que vivir un diálogo de la manera que hemos expresado anularía la identidad personal o institucional. Es un miedo comprensible y normal… pero un miedo del ego. El miedo solo viene del ego.
En este caso, como en muchos otros, la que habla es la experiencia. Probar para creer. Verificar personalmente.
Cuando dialogamos a partir de las claves aquí propuestas nos daremos cuenta por experiencia propia que nuestra verdadera identidad no solo no se anula, sino que se ve enriquecida. Porque nuestra identidad no reside en el pensamiento, sino en el ser. El otro, los otros, son parte de “mi” identidad. Viviéndola así también mi personalidad se verá enriquecida y será cada vez más transparente al ser que se quiere manifestar desde y a través de mi persona. Esto vale a nivel personal como a nivel colectivo, de naciones, de iglesia. Es ley universal.
Por otro lado todo esto puede parecer utópico y, desde lo macro, puede que lo sea. Pero, lo sabemos de sobra, el cambio empieza por uno. “Se tu el cambio que quieres ver en el mundo” y “si vos cambia, todo cambia” son afirmaciones que sin duda conocemos pero que frecuentemente se quedan sin práctica y sin concretarse en lo cotidiano. La clase política que tenemos y la iglesia que tenemos no surgen de la nada y las personas con autoridad para implementar más rápidamente un cambio son frutos de nuestros barrios, nuestras familias, nuestra educación, nuestra cultura.
El cambio, si empieza, empieza por ti y empieza por mi. Aquí y ahora. Aquí y ahora puedo decidir tomar este camino y aplicar con paciencia y pasión las claves para un verdadero diálogo.
Así surgen los cambios estructurales y verdaderos: no por imposición y desde arriba. Sino por crecimiento en conciencia y desde abajo, desde lo sencillo y lo cotidiano.
Jesús y el evangelio lo tienen claro. La transformación surge y empieza desde lo pequeño: la semilla de mostaza, la levadura en la masa.
Stefano Cartabia, Oblato
ECLESALIA