Lo he pasado estupendamente leyendo una novela con este título de un tal "Monseñor Pietro de Paoli" que me imagino es un seudónimo. Como se ve por el título, va de eclesio-ficción, pero lo que me ha sorprendido ha sido darme cuenta de qué normales y naturalísimas me han resultado las cosas que pasan en ella:
◊ un papa que dimite al cumplir los 80 porque es la edad límite para los cardenales;
◊ un sínodo europeo que decide la ordenación de hombres casados; una influencia creciente de los "Templarios de Cristo" con su rama seglar "Templum Christi", hasta que uno de ellos llega a papa;
◊ comienza una "década negra" hasta que se muere y eligen a un francés que emprende grandes reformas pero muere en un atentado
◊ y finalmente a Tomás I, el protagonista de la novela, viudo con dos hijas y premio Nobel de la Paz por haberla conseguido entre israelíes y palestinos.
Una de sus decisiones es crear en cada diócesis un organismo de reconciliación para los hombres y mujeres que se encuentran en una situación canónica de separación o de ruptura y desean restablecer su comunión eclesial. Otra, nombrar cardenalas a tres mujeres: una teóloga feminista, una directora general de la UNESCO y una monja dedicada a los últimos.
A lo que voy no es tanto a contarles la novela, que se la pueden comprar, sino a compartir los efectos de su lectura, mayormente el de que muchas cosas de las que ahora vivimos, han empezado a parecerme raras. Ya antes me lo parecían un poco, pero ahora se me ha agudizado esa sensación:
◊ ¿No es raro que estando en el Evangelio tan clarito lo de "no llaméis a nadie señor, no llaméis a nadie padre", tengamos la Iglesia llena de padres, abades, monseñores y eminencias ilustrísimas?
◊ ¿No es raro que haya obispos a quienes no les alegre que haya curas capaces de convocar a gentes del margen, o que sean queridos por los inmigrantes a los que han dado cobijo?
◊ ¿No es raro que estando constituida la mitad de la humanidad por hombres y la otra mitad por mujeres (menos en China donde hay menos), no haya rastro ni huella de esta segunda mitad en el gobierno de la Iglesia?
◊ ¿No es raro que siendo la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y habiendo en tantos lugares escasez de clero, siga estando supeditada su celebración a que haya algún varón célibe ordenado para hacerlo?
◊ ¿No es raro que nos resulte asombroso y digno de encarecido encomio que la Conferencia Episcopal de EE.UU. declare:
"Recomendamos insistentemente que en todos los programas de formación de candidatos al diaconado y al sacerdocio, se enfatice la importancia de que el clero sea capaz de trabajar y cooperar con un talante igualitario con mujeres, dejando de lado cualquier espíritu competitivo"?
¿Quizá porque nos resulta inimaginable que se recomiende algo parecido en algún seminario diocesano de por aquí?
◊ ¿No es raro que los temas relacionados con la clase de religión o la dichosa asignatura de educación para la ciudadanía provoquen tanto sofoco y tantas declaraciones, y no exista en cambio ni una dedicada a recordar a quienes contratan mujeres sin papeles en el servicio doméstico, que pecan gravemente si las explotan?
Rarísimo todo, no cabe duda. Pero, quizá a fuerza de parecérnoslo, vayamos encontrando mucho más normales cosas que el evangelio parece dar por supuestas y que aún tenemos bloqueadas.
El desenrarecedor que nos desenrareciere, buen desenrarecedor será. Y ¿no parece que Jesús tenía precisamente esa cualidad?
Dolores Aleixandre RSCJ
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