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CONFESIONES DE DIOS

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Cada vez que nace un niño

sigo confiando en vosotros,

porque entregaros un hijo

es delegar mucho de mí en vosotros:

es haceros continuadores de mi obra,

portadores de mi Espíritu,

padres y madres de mi evangelio vivo

y cuna del mundo al que tanto quiero.

 

Todo niño viene a través vuestro,

y toda buena noticia se encarna en vuestro seno.

Pero la fuente de la vida,

que encontró cauce en vosotros,

tiene su origen en mis entrañas

y en el amor desbordado que a veces os alcanza.

 

Acostumbraos, pues, a verme en ellos;

en su frágil transparencia

son mi presencia que os ilusiona,

mi navidad más humana,

mi palabra encarnada,

verdaderos sacramentos en la historia.

En ellos abrazáis mi ternura hecha carne vuestra;

en ellos os solidarizáis con mi debilidad e impotencia,

y también con mis sueños y esperanzas más íntimas.

 

Deteneos de vez en cuando ante ellos,

contempladlos despacio:

estáis ante el misterio de la vida,

ante el milagro del amor,

ante la mejor buena noticia, gratuita.

Olvidaos de precios, compras y rescates;

las dos tórtolas o los dos pichones

son para reclamar vuestra atención y presencia.

 

Permanezco junto a vosotros, día y noche,

empeñado en cuidarlos, y cuidaros, con mimo

para que crezcan y continúen mi obra,

-la vuestra, la nuestra, entendámonos-.

 

Contad siempre conmigo.

Yo me alegro de poder contar con vosotros.

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