Queridos amigos: Soy entusiasta de Fe Adulta, cada semana leo todos los artículos, utilizo para mis tareas el histórico y lo difundo absolutamente a todos los amigos.
Con esto quiero decir que estoy en esta línea, que aprendo un montón y que me compromete en mi vida diaria. Así que me he quedado sorprendida a causa de la excomunión por lo de las Eucaristías sin sacerdotes.
Me gustaría que los articulistas habituales hablaran sobre esta cuestión pues no lo tengo muy claro. Por supuesto que creo y espero que en la iglesia vayamos dando pasos adelante de una vez, pero esto de ir tomando este tipo de iniciativas por grupos, no acabo de entenderlo y ni siquiera de saber si es correcto, y eso que debido al la confianza que me merecéis, pienso que en algo me equivoco. Espero que me aclaréis un poco.
Muchísimas gracias por todo, Marisa
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Querido Hermano: ¿alguno de uds me puede auxiliar para destraumatizarme de las preguntas que hizo nuestro Francisco en el museo del Holocausto?. Comprendo que su mensaje de fondo es cuestionarnos del atrevimiento de considerarnos dueño de la creación, de la vida de los demás. Lo que me perpleja es el planteamiento de que el Padre Creador se estupefacta que se haya filtrado el mal en Adán. Que vivamos más del mal que del bien, EL, que al séptimo día: "vio que todo era bueno". Les adjunto el texto que expuso, es patéticamente maravilloso, PERO, PERO... Un fraternal abrazo para todos uds, Pedro Aranda, desde Antofagasta – Chile.
Estas son las palabras que el Papa dirigió a los presentes en el museo Yad Vashem, de la memoria del holocausto.
"Adán, ¿dónde estás?" (cf. Gn 3,9). ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido? En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: "Adán, ¿dónde estás?". Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo. El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse... pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande.
Ese grito: "¿Dónde estás?", aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo... Hombre, ¿dónde estás? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho.
El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos. No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7). No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón... ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios?
No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios.
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: "Adán, ¿dónde estás?".
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor. A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15). Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia.
Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad. Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2). Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más! "Adán, ¿dónde estás?".
Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. Acuérdate de nosotros en tu misericordia.