Gonzalo Haya
Querido amigo, dices muy bien que “lo que pedimos no coincide con lo que Dios quiere”. Creo que el ejemplo más claro es el de la oraciṕn del huerto; Jesús ve con angustia el fracaso de su mensaje del Reino, y la huida de sus discípulos; por eso pide con angustia que si es posible pase de él este cáliz. Murió en la cruz sintiéndose abandonado, pero su Reino continúa abriéndose paso lentamente a través de los siglos, por medio de los cristianos, de los budistas, de la Revolución francesa, y de millones de personas caritativas que cuidan de los más necesitados.
Hablas también del “tranhumanismo como acualización del pecado de Adán y Eva de pretender ser como dioses”. Creo que tienes razón; nuestra civilización occidental es muy orgullosa y cree que no necesita a Dios, porque el hombre es capaz de organizar su sociedad. Claro que esta capacidad contrasta con los miles de niños que mueren cada día de desnutrición o falta de medicamentos.
Sin embargo yo no vería el coronavirus como castigo divino; creo que se trata de una consecuencia de la globalización de los negocios y de los lujos viajes turísticos sin tener en cuenta la miseria y la falta de higiene en países o regiones subdesarrolladas.
Atrio publicó hace unos días un artículo de Leonardo Boff en el que personalizaba a la tierra, Gaia, que se estaría vengando de nuestra codiciosa explotación. Yo creo que esa personalización de la tierra es una buena metáfora, pero no una realidad ontológica; no sé que pensarás tú sobre esto. Temo que en el fondo se está identificando a Gaia con Dios, y atribuyéndole las conocidas venganzas del Dios del Antiguo Testamento.
Te preguntas “por qué Jesús no hace prevalecer ante el Padre la salvación conquistada con su sacrificio”. Creo que tenemos que olvidar la concepción judía, pagana, y paulina, de aplacar a Dios con sacrificios. Algún santo Padre dijo que "el que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Pero esta intervención nuestra no es de sacrificios expiatorios, sino de esfuerzos por mejorar la convivencia humana, la evolución positiva y equilibrada en beneficio de todos, con respeto al Universo, y con la aceptación de las deficiencias y frustraciones de un largo proceso evolutivo.
Creo que la situación que estamos viviendo como inexplicable catástrofe universal nos ayudará a comprender y a experimentar algo de lo que millones de hermanos, subdesarrollados por haber sido superexplotados por nosotros, están viviendo; en cambio nosotros lo vemos como si fueran una mera realidad virtual de las muchas que vemos en nuestras pantallas.
Además de lo que hagamos por superar colectivamente esta situación, podemos practicar lo que san Ignacio llamaba una "aplicación de sentidos". No se trata de una meditación mental sino de una experiencia sensible, desde dentro de nuestro sistema límbico, de la necesidad de justicia y protección. No se trata de “saber” lo que sucede a miles de kiómetros sino de sentir lo que pasa allí, en nuestro entorno y en nosotros mismos, para comportarnos como Jesús que “pasó haciendo el bien”. ¡Juntos lo superaremos! Un abrazo.