Jn 2, 1-12
«Haced todo lo que os dijere»
Cuando se escribe el evangelio de Juan —a finales del siglo primero— hace ya mucho tiempo que los sinópticos están circulando por las comunidades cristianas, lo que significa que los hechos y dichos de Jesús son ya sobradamente conocidos por los fieles. Quizá por esta razón el cuarto evangelio se plantea como un gran tratado teológico y su estilo es tan distinto del resto de evangelios.
Juan –su comunidad– organiza el evangelio en torno a siete hechos milagrosos –siete signos– sobre los que desarrolla siete mensajes con una carga teológica tal, que resulta imposible reconstruir lo que realmente sucedió. Además no tiene ningún reparo en poner sus palabras (las palabras de Juan o sus seguidores) en boca de Jesús, lo que significa que no sabemos hasta qué punto sus textos tienen algo que ver con lo que en algún momento dijo Jesús, y sólo podemos conjeturarlo.
Lo que sí sabemos es que su evangelio cambia el estilo de Jesús; que se permite corregirle al sustituir su mensaje salvador, potente y sencillo, ofrecido a todos a través de sus parábolas, por unos conceptos elevadísimos para consumo de entendidos.
Lamentablemente los primeros teólogos de la iglesia también olvidaron su estilo, quisieron hacer del cristianismo algo más culto, más acorde con las tendencias de la época, y lo dotaron de una base conceptual basada en la filosofía griega y de unas leyes que tomaron del derecho romano. Olvidaron a Jesús, y el resultado fue que ya nunca se volvió a hablar de Abbá (sino de la primera persona de la santísima trinidad) y que la buena Noticia se convirtió en mala (el fuego del infierno).
Y esta tentación de apartarse de Jesús; de preferir nuestra sabiduría (u otras sabidurías) a la suya, siempre ha estado presente en la Iglesia, y siempre ha acabado mal. Las comunidades joaneas murieron víctimas del docetismo y el gnosticismo que se apoderaron de ellas, y el conjunto de la Iglesia dejó de ser fértil, adoptó los modos imperiales y pasó de perseguida a perseguidora.
La sabiduría de Jesús es la sabiduría de vivir. Nuestra sabiduría es entender la vida como él la entendió; es fiarse de él y jugarse la vida a sus criterios por encima de los nuestros; es sentirse necesitados de ellos. Un rasgo sobresaliente de su mensaje es que el Reino no está reservado a los cultos e iniciados, sino al alcance de todos, y principalmente de los más sencillos. Cualquier persona, por inculta que sea, se convierte en sabia siguiendo a Jesús.
«En aquella hora se llenó de alegría en el Espíritu Santo y exclamó: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla”»…
La sabiduría de Jesús no resplandece en las alturas de la sabiduría humana. La sabiduría de Jesús resplandece en los más sencillos de la Iglesia, y Jesús da gracias por ello.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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