Aquí estamos, Padre Dios, cargados de buenos recuerdos, inmejorables recuerdos, de tu buena hija Conchita, madre, esposa y amiga nuestra.
Nos ha llenado de dolor y pena su larga enfermedad, que sabíamos tendría antes o después un triste desenlace, aunque nos sorprendió ayer domingo su muerte y nos pareció precipitada, repentina. Y hoy no nos acostumbramos a su ausencia.
Nos consuela sin embargo su tránsito dulce y en paz, rodeada de sus hijos y esposo, mientras rezábamos juntos el padrenuestro y hacían sobre ella la señal de la cruz. El sacerdote se dio media vuelta y ella sin más, dejó de respirar.
Nos consuela y conforta saber, creer, que ya está en tus manos amorosas, en tu regazo de Madre.
Sabemos que ahora es nuestro turno, el de los que aquí quedamos. Queremos seguir su ejemplo, imitarla en lo que nos sea posible.
Agranda y ablanda nuestro corazón para parecernos más a Conchita. Danos sus entrañas de misericordia porque queremos estar como ella disponibles siempre para quien más nos necesite.
Danos su fortaleza de espíritu -aunque ella lo negara fue siempre una mujer fuerte-, danos su entereza, la que demostró día a día, soportando sin lamentos el fuerte dolor y las muchas limitaciones que le impuso la enfermedad. Lo asumió todo en silencio, para no preocupar a los que la cuidábamos.
Danos, ya puestos a pedir, ojos maternos, como los suyos, comprensivos para aceptar las particularidades de cada uno, para ver el buen fondo de todos y amarlos sinceramente, sin objeciones, que por eso cosechó tan buenas amigas y amigos.
Celebramos ahora su vida, la vida de una mujer sobresaliente y al mismo tiempo tan humilde. Se quiso colocar siempre en un segundo plano, ella que tenía un inmenso potencial para poder llegar profesionalmente a donde se propusiera. En los últimos años fue la imprescindible y callada retaguardia de nuestra web.
Celebramos la vida de Conchita, que fue plena, ajustada, Señor, a lo que quisiste que fuera, cercana y muy tierna para todos nosotros. Y te damos las gracias por el inmenso cariño que derramó sobre nosotros.
Gracias, Padre y Madre Dios, por haberla acompañado durante toda su vida, por haberla protegido, por quererla tanto. No necesitamos pedirte que la cuides ahora, es lo que hiciste siempre. Gracias por habernos dejado disfrutar de ella durante tantos años. Ahora es de nuevo toda tuya. En Ti la confiamos.