Hace justo dos meses, el Espíritu sopló. Y salió Bergoglio. A las ocho de la tarde, después del anuncio del protodiácono Tauran, apareció en el balcón de las bendiciones el nuevo Obispo de Roma. Sin atributos ni oropeles, inclinándose ante el pueblo, pidiendo su bendición. Dos meses de la "primavera" de Francisco, el primer Papa jesuita, el primer papa latinoamericano, quien se puso el nombre del santo de Asís para recordarnos que es preciso "una Iglesia pobre y para los pobres".

Sesenta días son muy poco tiempo para un balance de pontificado. Pero lo cierto es que Francisco ha conseguido ilusionar al interior de la Iglesia, al tiempo que ha logrado una inusitada reacción positiva hacia el exterior. El Papa cercano, de gestos sencillos y profundos, que ha abandonado el Palacio Apostólico y que se deja ver, tocar, sentir, dialogar con los fieles.

Un obispo, de Roma, que ya ha anunciado la reforma de la Curia con la designación de un consejo de cardenales. Un Papa que, sin cambiar la doctrina moral, sí habla con otro lenguaje, más propositivo y menos impositivo, más de inclusión y menos de condena. Un Pontífice que quiere que esta expresión, la del hombre que "tiende puentes", se haga realidad. Así lo ha demostrado en su reciente reunión con el papa copto, o en sus encuentros con el presidente de Israel o en sus primeras decisiones, en las que apuesta por una Iglesia en la que todos -movimientos, congregaciones, Iglesia de base, laicos- tengan su papel, se sientan parte de la construcción de una Iglesia en primera persona del plural.

Jesús Bastante