De nuevo Francisco se ha reunido con su amigo no creyente. El nonagenario Eugenio Scalfari ha relatado el encuentro en su diario, Repubblica. De nuevo muchos se han rasgado las vestiduras y han creído que un viejo zorro se ha aprovechado de nuevo de la candidez de Francisco. Hasta el portavoz vaticano, Federico Lombardi, ha tenido que puntualizar que no era una verdadera entrevista y que no se pueden tomar las palabras que pone en boca del papa como ipsísima verba de Francisco. Pero el encuentro ha existido, a petición del mismo papa quien probablemente ha querido expresamente que el periodista diera cuenta pública de lo que hablaron. Tres temas que han copado los titulares: la pedofilia en la Iglesia, la mafia y la Iglesia, la ley del celibato en la Iglesia católica de rito latino. Pero en el relato hay muchas más cosas que transpiran frescura, afecto y una extraña libertad.
Redacción de Atrio, 16-Julio-2014
Son las cinco de la tarde del jueves 10 de julio y es la tercera vez que me encuentro con el Papa Francisco para conversar con él. ¿De qué? De su pontificado, que comenzó hace poco más de un año y que en tan poco tiempo ya ha empezado a revolucionar la Iglesia; de la relación entre los fieles y el Papa que vino del otro lado del mundo; del Vaticano II que terminó hace 50 años y que sólo parcialmente ha implementado sus conclusiones; del mundo moderno, de la tradición cristiana y en especial de la figura de Jesús de Nazaret. Finalmente de nuestra vida, de sus tristezas y sus alegrías, sus retos y su destino, de lo que nos espera en una vida futura o en la nada que la muerte trae consigo.
Nuestras reuniones las ha querido el Papa Francisco porque, entre las muchas personas de todas las clases sociales, de todas las religiones, de todas las edades con las que se reúne en su ministerio diario, también ha querido intercambiar ideas y sentimientos con un no creyente. Y yo soy uno de ellos; un no creyente que ama la figura humana de Jesús, su predicación, su leyenda, el mito que él representa a ojos de quienes le reconocen una humanidad de gran densidad, pero no la divinidad.
El Papa considera que un coloquio con un no creyente es mutuamente estimulante y por lo tanto quiere continuarlo; digo esto porque es él quien me lo dijo. El hecho de que yo además sea un periodista no le interesa en absoluto; podría ser un ingeniero, un maestro de escuela primaria, un trabajador.
Está interesado en hablar con quienes no creen, pero quieren que el amor al prójimo, profesado hace dos mil años por el hijo de María y José, llegue a ser el contenido principal de nuestra especie, aunque, por desgracia, esto ocurre muy rara vez al ser sofocado el amor por el egoísmo que Francisco ha llamado “la codicia por el poder y el deseo de poseer.”
Lo definió en nuestra conversación anterior como “el verdadero pecado del mundo del que todos estamos contagiados” y representa la otra forma de nuestra humanidad, siendo la dinámica entre estos dos sentimientos la que teje el bien y el mal en la historia del mundo. Está presente en todos y es significativo que, en la tradición cristiana, Lucifer fue el ángel amado por Dios, portador de la luz, hasta que se rebeló contra su Señor y trató de ocupar su lugar. Su Dios lo precipitó en la oscuridad y en el fuego de los condenados.
Hablamos de estas cosas, y también de las actuaciones del Papa en las estructuras de la Iglesia y de la oposición que encuentra. Debo decir que, aparte del extraordinario interés de estas conversaciones, ha nacido en mí un sentimiento de afectuosa amistad que no cambia nada mi forma de pensar, pero sí la de sentir. No sé si mi sentimiento es correspondido, pero la espontaneidad de este muy extraño sucesor de Pedro me hace pensar que sí.
Ahora estoy esperando desde hace algún minuto en la pequeña sala de la planta baja de Santa Marta, donde el Papa recibe a sus amigos y colaboradores. Llega a tiempo, sin que nadie le acompañe. Sabe que yo he tenido en los últimos días algunos problemas de salud y, de hecho, de inmediato me pregunta por ello. Pone su mano sobre mi cabeza, como una especie de bendición, y luego me abraza. Cierra la puerta, acomoda su silla frente a la mía y empezamos.
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La pedofilia y la mafia son las dos cuestiones de las que Francisco ha hablado los últimos días, desatando una ola de sentimientos y de controversias tanto dentro como fuera de la Iglesia. El Papa es muy sensible tanto a uno como al otro tema. Ya había hablado en varias ocasiones, pero aún no tan directamente y poniendo el acento en el comportamiento de una parte del clero.
“La corrupción de un niño es lo más terrible e inmundo que se pueda imaginar, sobre todo si, como se desprende de los datos que tuve la oportunidad de examinar directamente, la mayoría de estos hechos abominables ocurren en el interior de la familia o, al menos, en el círculo de viejas amistades. La familia debería ser el santuario donde el niño y luego el muchacho adolescente fueran amorosamente educados hacia el bien, alentados al crecimiento para desarrollar su personalidad y para encontrase con la de sus compañeros.
Jugar juntos, estudiar juntos, aprender el mundo y la vida en común. Eso con sus compañeros, pero la relación con ellos de los parientes que los trajeron al mundo o les vieron entrar en el mundo, es como cultivar una flor o un macizo de flores: hay que protegerlas del mal tiempo, desinfectarlas de parásitos, contarles cuentos sobre la vida y, con el paso del tiempo, enseñarles a conocer plenamente la realidad.
Esto es o debería ser la educación que la escuela desempeña y que la religión coloca en el plano más elevado: pensar y creer en el sentimiento divino que se refleja en nuestras almas. A menudo, se convierte en la fe, y, en todo caso, siempre deja una semilla que de alguna manera fructifica en el alma y la dirige hacia el bien”.
Mientras habla y dice estas verdades el Papa se me acerca aún más. Habla conmigo. Es como si reflexionara para sí mismo: dibuja el cuadro de su esperanza que coincide con la de todos los hombres de buena voluntad.
Probablemente –digo– esto es en gran parte lo que está sucediendo. Me mira con ojos diferentes, que de repente se convierten en duros y tristes:
“No, por desgracia, no lo es. La educación, como la entendemos, casi parece haber desertado de la familia. Todo el mundo está absorto en sus tareas personales, dirigidas a menudo a garantizar a la familia un nivel de vida tolerable, a veces a conseguir su propio éxito personal y otras veces a disfrutar de amores alternativos.
La educación como tarea principal hacia los niños parece haber huido de las casas. Estamos ante un fenómeno grave de omisión y aún no tocamos con ello el mal absoluto. No sólo es que falte educación sino que ahí está instalada a veces la corrupción, el vicio, las aborrecibles prácticas impuestas al niño y luego actualizadas, cada vez más en serio, a medida que crece y se convierte en un muchacho adolescente.
Esta situación es común en las familias, practicada por los padres, abuelos, tíos, amigos de la familia. A menudo, otros miembros de la familia son conscientes, pero no intervienen, frenados por intereses o complicidad con la corrupción”.
¿Cree usted, Santidad, que el fenómeno es frecuente y generalizado?
“Por desgracia lo es y se acompaña con otros vicios como la difusión de las drogas”.
¿Y la Iglesia? ¿Qué hace en todo esto la Iglesia?
“La Iglesia lucha para que el vicio sea erradicado y se recupere la educación. Pero también nosotros tenemos esta lepra en casa”.
¿Un fenómeno muy extendido?
“Muchos de mis colaboradores que luchan conmigo me aseguran con datos fiables que el nivel de la pederastia dentro de la Iglesia es de un dos por ciento. Este dato debería tranquilizarme, pero tengo que decirle que no me tranquiliza en absoluto. De hecho me parece muy grave. Dos por ciento de pedófilos son sacerdotes e incluso obispos y cardenales.
Y otros, aún más numerosos, lo saben pero no dicen nada. Castigan a veces pero sin decir el motivo. Me parece que ésta es una situación intolerable y tengo la intención de abordarla con la severidad que requiere”.
Recuerdo al Papa que en nuestra entrevista anterior me dijo que Jesús fue un ejemplo de mansedumbre y humildad, aunque a veces tomó el bastón para dejarlo caer sobre los hombros de los villanos que ensuciaron moralmente el Templo.
“Veo que recuerdas muy bien mis palabras. Cité los pasajes en los Evangelios de Marcos y Mateo. Jesús amaba a todos, incluso a los pecadores a quienes quería redimir dispensándoles el perdón y la misericordia. Pero cuando utiliza el palo lo hace para ahuyentar al diablo que se había apoderado de aquella alma”.
Las almas –también esto me dijo Usted en nuestra reunión anterior– pueden arrepentirse después de toda una vida de pecados y en el último momento de su existencia la misericordia estará con ellos.
“Es cierto, esta es nuestra doctrina y este es el camino que Cristo nos ha mostrado”.
Pero puede darse el caso de que ese arrepentimiento en el último momento de la vida sea interesado. Tal vez inconscientemente, pero interesado para garantizarse una posible vida futura. En ese caso, la misericordia probable puede que caiga en una trampa.
“Nosotros no juzgamos, pero el Señor sabe y juzga. La misericordia es infinita, pero nunca caerá en la trampa. Si el arrepentimiento no es genuino la misericordia no puede ejercer su función de redención”.
Usted, Santo Padre, sin embargo, ha mencionado varias veces que Dios nos ha dotado de libre albedrío. Él sabe que si elegimos mal, nuestra religión no practica la misericordia para con nosotros. Pero hay un punto que quiero destacar: nuestra conciencia es libre e independiente. Podrá, en perfecta buena fe hacer el mal y, sin embargo, hacerlo convencida de que a partir de ese mal vendrá un bien. ¿Cuál es, frente a estos casos, que son muy frecuentes, la actitud de los cristianos?
“La conciencia es libre. Si elige el mal porque está segura que de él se derivará un bien, en los cielos estas buenas intenciones y sus consecuencias serán evaluadas. No podemos decir más porque no sabemos más. La Ley del Señor es el Señor quien la establece y no las criaturas. Nosotros sólo lo sabemos porque es Cristo quien nos lo ha dicho: que el Padre conoce a las criaturas que ha creado y no hay para Él nada misterioso. Por otra parte, el libro de Job se plantea a fondo esta cuestión: ¿Se acuerda que hablamos de ello? Deberíamos examinar a fondo los libros sapienciales y el Evangelio cuando habla de Judas Iscariote. Son temas fundamentales en nuestra teología”.
Y también de la cultura moderna que Usted quiere entender plenamente y con la que desea confrontarse.
“Es verdad que es un punto importante del Concilio Vaticano II y vamos a tratarlo tan pronto como sea posible”.
Santidad, tenemos que hablar aún sobre el tema de la mafia. ¿Tiene Usted tiempo?
“Estamos aquí para eso.”
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“No conozco a fondo el problema de la mafia aunque sé, por desgracia, lo que hacen, los crímenes que se cometen, los enormes intereses que las mafias administran. Pero se me escapa la forma de pensar de los mafiosos, de sus dirigentes y de sus seguidores. En Argentina hay por todas partes criminales, ladrones, asesinos, pero no la mafia. Este es el aspecto que quiero examinar, y voy a leer los muchos libros que se han escrito acerca de ella y los numerosos testimonios. Usted es originario de Calabria y tal vez pueda ayudarme a entender”.
Lo poco que puedo decir es esto: la mafia –sea la calabresa o la siciliana y también la camorra napolitana– no son simples bandas de delincuentes, sino organizaciones que tienen sus propias leyes, sus códigos de conducta, sus regalías. Estados dentro del Estado. No le parezca paradójico si le digo que ellos tienen su propia ética. Y no le parezca un contrasentido si añado que tienen su propio Dios. Existe un Dios mafioso.
“Entiendo lo que está diciendo: es un hecho que la mayoría de las mujeres unidas por lazos familiares con la mafia, esposas, hijas, hermanas, asisten asiduamente a las iglesias de sus pueblos en los que el alcalde y otras autoridades locales a menudo son de la mafia. ¿Piensan esas mujeres que Dios perdonará los horribles fechorías de sus parientes? “.
Santidad, los mismos cónyuges frecuentan las iglesias, las misas, las bodas, los funerales. No creo que se confiesen, pero a menudo comulgan y bautizan a los recién nacidos. Este es el fenómeno.
“Lo que usted dice está claro y no faltan libros, estudios, ni documentación sobre ello. Debo añadir que algunos sacerdotes tienden a pasar por alto el fenómeno de la mafia. Condenan los crímenes individuales, honran a las víctimas, ayudan como pueden a sus familias, pero la denuncia pública y constante de la mafia es rara. El primer gran Papa que lo hizo hablando en esas tierras fue Wojtyla. Debo decir que su discurso fue aplaudido por una gran multitud”.
¿Cree usted que en esa multitud de espectadores no había mafiosos? Por lo que yo sé, había y muchos. La mafia, una vez más, aplica su propio código y su ética: los traidores deben ser asesinados, los desobedientes deben ser castigados Y a veces con el asesinato de niños o mujeres se quiere hacer algo que sirva de escarmiento. Pero estas actuaciones, para los mafiosos, no son pecados, son sus leyes. Dios no tiene nada que ver con ello y mucho menos los santos patronos. ¿Vio la procesión de Oppido Mamertina?
“Había miles de participantes. Entonces la imagen de Nuestra Señora de Gracia se detuvo frente a la ventana de su jefe que está en la cárcel con cadena perpetua. Pero todo esto está cambiando y va a cambiar. Nuestra denuncia contra la mafia no se hará sólo una vez sino que será constante. Pedofilia, Mafia: la Iglesia, el pueblo de Dios, los sacerdotes, las comunidades, tendrán en cuenta que, entre otras tareas, estos dos temas son muy principales”.
Ha pasado una hora y media y me levanto. El Papa me abraza y me augura rápida mejoría. Pero yo le hago una pregunta más: Santidad, Usted está trabajando esforzadamente en integrar el catolicismo con los ortodoxos, los anglicanos… Me interrumpe y continúa:
“Y con los valdenses también, donde encuentro personas religiosas de primera categoría, con los pentecostales, y, por supuesto, con nuestros hermanos y hermanas judíos”.
Bueno, muchos de estos sacerdotes o pastores están regularmente casados. ¿Ese problema, cómo va a resolverse en la Iglesia de Roma?
“Tal vez Usted no sabe que el celibato fue instituido en el siglo X, es decir, 900 años después de la muerte de nuestro Señor. La Iglesia Católica Oriental permite hoy en día que sus sacerdotes se casen. El problema ciertamente existe, pero no es de gran entidad. Se necesita tiempo, pero hay soluciones y las encontraré”.
Ahora estamos ya fuera de la puerta de Santa Marta. Nos abrazamos de nuevo. Confieso que me emocioné. Francisco me acarició la mejilla y el coche arrancó.
[Traducción de ATRIO]