COMO OVEJAS SIN PASTOR
Vicente MartínezVio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas (Mc 6, 34)
Estaba Jesús sentado en las riberas del siglo XXI. Una multitud procedente de cada rincón de los espacios y de cada momento de los tiempos acudió a escucharle, hambrienta de su palabra. Aunque lo que en verdad querían aprender era la lección de las obras, materia en la que el predicador del Sermón de la Montaña era realmente experto.
Todos sabían que los verdaderos maestros no son nombres estampados sobre cubiertas de libros, ni bibliotecas repletas de pensamientos. Son miradas, gestos y actos que manifiestan la realidad de cada día: básicamente, maneras de ser y de comportarse.
Le buscan a él con el espíritu del hombre que peregrinó hasta una insigne figura del judaísmo jasídico: "El hecho de que yo haya viajado al encuentro de Maggid no ha sido para escuchar de él su doctrina, sino para ver cómo se ata y se desata los zapatos de fieltro".
Nunca había resonado con tanta fuerza sobre la piel mundo el bíblico lamento de Jeremías: "Pues así dice Iahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo. Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras".
Nos quejamos hoy de la desbandada de la feligresía. Pero de lo que más se lamenta el Profeta es de las extraviadas conductas de los responsables del rebaño. Jesús retomó el lamento en su tiempo y se hace eco ahora en quienes batallan por reavivar su espíritu: "pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa" (Jn 10, 12)
No estaría demás traer a la memoria al pastor de Esopo, que se entretenía asustando una y otra vez a los vecinos con la venida del lobo (¿Las cuatro postrimerías de Muerte, Juicio, Infierno y Gloria? Pero ojo con la demoledora moraleja del fabulista: A un mentiroso acaba no creyéndole nadie ni cuando dice la verdad. Y en nuestro caso, porque posiblemente nuestros pastores no han "anulado aún en su carne la Ley de los Mandamientos con sus preceptos", como apunta san Pablo que hizo Jesús.
Los cristianos padecen hoy una crisis de fe bajo el peso de unos fondos dogmáticos de inversión de muy baja calidad que se crearon a partir de hipotecas doctrinales de dudosa solvencia. El hecho ocurrió hace generaciones, y su valor actual de mercado es negativo. Con tales activos tóxicos en el haber, la cristiandad puede llegar rápidamente a sentirse insolvente si sus máximos representantes –sus pastores- no aceptan la apremiante demanda de cambio hecha clamor en las voces de su rebaño.
El de Tarso apunta este ineludible quehacer en Ef 2, 14-16. "Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad" anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz".
Vivimos una época –los dos últimos siglos lo avalan- en la que muchas cosas viejas se hunden, lo cual significa que muchas cosas nuevas deben surgir. Un cambio necesario que afecta fundamentalmente a unas estructuras domésticas, diseñadas hace ya veinte siglos, que hoy resultan a todas luces teológicamente desfasadas en cuanto a sus bases doctrinales, y manifiestamente incómodas en cuanto a sus posibilidades de habitabilidad: ¡Qué arriesgado es seguir poniendo vino nuevo en odres viejos!
La Iglesia, que ha asumido la representación de Dios en la Tierra, ve ahora puesto en tela de juicio su papel de mediación, frente a tantas incongruencias difícilmente justificables, entre su decir y su hacer. Pretendió ostentar la perfección del Ser Supremo, pero la realidad del hombre acabó evidenciando la debilidad natural de todo ser humano.
El sueño del Gigante de barro, de Nabucodonosor, pudiera ser una advertencia elocuente. El profeta Daniel lo interpretó de la siguiente manera:
"Tú, oh rey, mirabas, y he aquí una gran estatua. Esta estatua, que era muy grande y cuyo brillo era extraordinario, estaba de pie delante de ti; y su aspecto era temible. La cabeza era de oro fino; su pecho y sus brazos eran de plata; su vientre y sus muslos eran de bronce; sus piernas de hierro y sus pies en parte eran de hierro y en parte de barro cocido.
Mientras mirabas, se desprendió una piedra, sin intervención de manos. Ella golpeó la estatua en sus pies de hierro y de barro cocido y los desmenuzó. Entonces se desmenuzaron también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro; y se volvieron como el polvo de trigo en las eras en verano. El viento se los llevó, y nunca más fue hallado su lugar" (Dan 2, 31-35)
Vicente Martínez