PRIMICIA DELICATESSEN
Mari Paz López SantosEl susurro de un eco milenario atraviesa cada generación instalándose en el corazón cada una de las personas que han nacido, vivido y cruzado la frontera de este sufriente mundo. Por eso, siempre hay un instante en la vida en la que se plantea: ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿a dónde me dirijo? El vacío del olvido cosquillea en el interior clamando por una respuesta y anima a la recuperación de la memoria perdida.
Estamos llamados a una y única vocación que dará paso a una gran diversidad de vocaciones, siempre derivadas de la principal: el AMOR. Y me remito a San Pablo (Ef 4,1-6) que pone sobre el mantel dos importantes temas: la vocación y la unidad.
Pero ya antes (2 Reyes 4, 42-44), en el camino de ese eco milenario que he comentado, alguien presentó el pan de las primicias: el primer fruto de la primera cosecha para Dios a través del profeta. Elías lo acepta e inmediatamente manda que sea repartido entre la gente para que se sacien. Lo que es para Dios, es para repartir. El amor a Dios se certifica en el amor al prójimo, en la donación.
Con estos datos vamos avanzando hasta encontrar a Jesús (Jn 6, 1-15) atento al mismo susurro, poniéndolo en la escena de la vida cotidiana de sus discípulos y transformándolo en mensaje para una vida coherente, desde esa una y única vocación a la que todos hemos sido llamados: AMAR a Dios y a los demás. Y cuando digo "todos" me estoy refiriendo a toda la humanidad.
Sube al monte con sus discípulos, es decir toma distancia para mirar en perspectiva y su mirada compasiva le informa que aquella gente está cansada, hambrienta y sedienta.
De la compasión pasa a la implicación: pero no va a actuar solo, quiere ver si sus discípulos, los que le siguen de cerca, han entendido. Y se dan dos versiones en la historia: Felipe hace un cálculo matemático y como no le salen las cuentas queda expectante.
Andrés aporta una idea, aún sabiendo que con cinco panes de cebada y dos peces, del chico que tenía al lado, no hay ni para empezar. No obstante, se los ofrece a Jesús a modo de pequeña primicia. Este la toma y la ofrece a su Padre Dios en acción de gracias, sabiendo que lo poco en sus manos se hace mucho, y cuando retorna es alimento que sacia (Salmo 144).
Hubo bastante para todos: dice Juan que sólo hombres había cinco mil (es posible que las mujeres estuvieran sirviendo los manjares, junto con los niños agarrados a sus faldas y delantales); pero no es importante el número sino que todos comparten, nadie pasa hambre y hasta sobra.
Dato curioso que mandara recoger las sobras y que nada se desperdiciase. Diríamos ahora que Jesús era muy ecológico, reciclaba y no quería que nada se echara a perder. Creo que el asunto va más allá: que nada del AMOR que alimenta llegue a desperdiciarse.
Que el primer amor, la vocación primera entregada a Dios, revierta día a día, todos los días, cada día... una vida entera, a través de la diversidad de vocaciones, en los que nos rodean, y en todo nuestro entorno, dejando testimonio, a los que nos sucederán, de que pase lo que pase cada persona es el "amado del Amado", como dijo Guillermo de Saint-Thierry, monje cisterciense del siglo XII. Así acabaremos entendiendo que, si amamos a Dios y amamos lo que Él ama, inevitablemente hemos iniciado el camino hacía la perfecta unidad, no en soledad, sino en compañía y estaremos realizando la única vocación a la que hemos sido convocados, la del AMOR.
Por ello no nos preocupemos tanto de quién es quién en las diferentes vocaciones en la Iglesia (religiosos, sacerdotes, monjes y laicos), mejor afanémonos en llevar a cabo esa primera vocación, la "primicia delicatessen", y que sea el faro que ilumine las demás vocaciones al servicio de una humanidad hambrienta de amor, paz y unidad.
Mari Paz López Santos
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