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DIOS ESTÁ CON MARÍA Y CON CADA UNO

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Lc 1,26-38

El verdadero ser de Jesús y María es exactamente el mismo que el nuestro. Dios te ha dado a ti exactamente lo mismo que a ellos, porque se te ha dado Él mismo totalmente. No te servirá de nada el escucharlo. Solo cuando lo experimentes, saltará por los aires el corsé que te aprisiona y te impide crecer y ser tú mismo. Haberlo descubierto en María y Jesús es un salto de gigante, pero no es suficiente. Tampoco los razonamientos sirven de nada, pero voy a intentar darte alguno a lo largo de este comentario.

La doctrina de la Inmaculada es un dogma, proclamado por Pío IX en 1854. Puede ser interesante recordar el proceso histórico que llevó a esta formulación. Ni los evangelios ni los Padres de la Iglesia hablan para nada de María inmaculada. La razón es muy simple, no se había elaborado la idea que hoy tenemos del pecado original. Solo cuanto se creyó que todos los hombres nacían con una mancha o pecado (mácula, S. Agustín) se empezó a pensar en una María in-maculada. Este pensamiento caló muy pronto en el pueblo sencillo, siempre abierto a todo lo que estimule su sensibilidad.

Hoy nos parece infantil la discusión que se mantuvo durante la Edad Media entre los “inmaculistas” y los “maculistas”. Entre los más de doscientos teólogos importantes, que no creían en la inmaculada, tal como se concebía en aquella época, encontramos a figuras tan destacadas y tan marianas como S. Bernardo, S. Alberto Magno, S. Buenaventura, Santo Tomás de Aquino. Esto nos muestra que lo que pensaban no tiene nada que ver con la mayor o menor devoción a María. S. Bernardo dice en el año 1140: “esa invocación ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua”.

La discusión se centraba en un punto muy concreto: La santificación de María, que nadie discutía, ¿se realizó en el primer instante de su existencia o un instante después? Fue Juan Duns Escoto el que, por fin, dio con el argumento decisivo. “A Dios le convenía que su madre fuera inmaculada. Como Dios, puede hacer todo lo que quiera. Lo que Dios ve como conveniente lo hace; luego Dios lo hizo. Ni la idea de Dios ni la idea de salvación ni la idea de pecado original que se manejaba entonces pueden ser sostenidas hoy.

Aunque la realidad del pecado original es un dogma, los exégetas nos dan hoy una explicación del relato del Génesis que no es compatible con la idea de pecado original de S. Agustín: “una tara casi física, que se trasmite por generación a todos”. Menos sostenible aún es que la culpa la tengan Adán y Eva. Hoy sabemos que no ha existido ningún Adán, creado directamente por Dios. El paso de los simios al “homo sapiens” ha sido mucho más lento de lo que habíamos creído.

Si un usuario quema el motor de su coche por no ponerle lubricante, es ridículo pensar que por ese hecho, saldrán desde entonces de fábrica todos los coches chamuscados. El coche sale de fábrica ¡impecable! (fijaros como nos delata el lenguaje), pero tiene que empezar a rodar y ahí quedará patente que hay desgaste. Si el fallo se debiera a un defecto de fábrica, no solo el usuario no tendría ninguna responsabilidad sino que tendría derecho a una indemnización. En nosotros hay una parte divina, pero también hay un parte humana, que termina por prevalecer.

El pecado, incluido el original, no es ningún virus que se pueda quitar o poner. El primer “fallo” (¿pecado?) en el hombre, es consecuencia de su capacidad de conocimiento. En cuanto tuvo capacidad de conocer y por lo tanto de elegir, falló. El fallo no se debe al conocimiento, sino a un conocimiento limitado, que le hace tomar por bueno lo que es malo para él. La voluntad humana elige siempre el bien, pero ella no es capaz de discernir lo bueno de lo malo, tiene que aceptar lo que le propone el entendimiento como tal.

El concepto de pecado como ofensa a Dios necesita una revisión urgente. Creer que los errores que comete un ser humano pueden causar una reacción por parte de Dios, es ridiculizarlo. Dios es impasible, no puede cambiar nunca. Es amor y lo será siempre y para todos. Al fallar, yo me hago daño a mí mismo y a las demás, nunca a Dios. Sea yo lo que sea, la oferta de amor por parte de Dios será siempre invariable. Pero esa oferta no la puede hacer Dios desde fuera de mí. Para Él no hay afuera. Lo divino es el fundamento, la base de mi propio ser. Ahí puedo volver en todo momento para descubrirlo y vivirlo.

El dogma dice: “por un singular privilegio de Dios”. En sentido estricto, Dios no puede tener privilegios con nadie. Dios no puede dar a un ser lo que niega a otro. El amor en Dios es su esencia. Dios no tiene nada que dar, o se da Él mismo o no da nada. Nada puede haber fuera de Dios. Además no tiene partes. Si se da, se da totalmente, infinitamente. Lo que nos dice Jesús es que Dios se ha dado a todos. Lo extraordinario de María y Jesús no lo puso Dios sino ellos mismos. Ahí está su grandeza y singularidad.

María fue lo que fue porque descubrió y vivió esa realidad de Dios en ella. Todo lo que tiene de ejemplaridad para nosotros se lo debemos a ella, no a que Dios le haya colmado de privilegios. Puede ser ejemplo porque podemos seguir su trayectoria y podemos descubrir y vivir lo que ella descubrió y vivió. Si seguimos considerando a María como una privilegiada, seguiremos pensando que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no tenemos, por lo tanto, todo intento de imitarla sería vano.

Hablar de María como Inmaculada tiene un sentido mucho más profundo que la posibilidad de que se le haya quitado un pecado antes de tenerlo. Hablar de la Inmaculada es tomar conciencia de que en un ser humano (María) descubrimos algo, en lo hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha alguna, inmaculado. Lo verdaderamente importante es que, si ese núcleo inmaculado se da en un solo ser humano, podemos tener la garantía de que se da en todos. Esa parte de nuestro ser, que nada ni nadie puede manchar, es nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa.

Para descubrir esa realidad tienes que bajar hasta lo más hondo de tu ser. Descubrirás primero los horrores de tu falso yo. Será como entrar en un desván oscuro lleno de muebles rotos, ropa vieja, telarañas, suciedad. Al encontrarte con esa realidad, la tentación es salir corriendo, porque tendemos a pensar que no somos más que eso. Pero si tienes la valentía de seguir bajando, si descubres que eso, que crees ser, es falso, encontrarás tu verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en ti.

La fiesta de María Inmaculada manifiesta la cercanía de lo divino en ella y en nosotros. En ella descubrimos las maravillas de Dios. Pero lo singular de María está en que hace presente a Dios como mujer, es decir, podemos descubrir en ella lo femenino de Dios. Para una sociedad que sigue siendo machista, debería ser un aldabonazo. María es grande porque descubrió y vivió lo divino que había en ella. No son los capisayos que nosotros le hemos puesto a través de los siglos, los que hacen grande a María sino haber descubierto su ser fundado en  Dios y haber desplegado plenamente su feminidad desde esta realidad.

 

Meditación

“Él nos eligió para que fuésemos inmaculados”, dice Pablo.
Esa elección es para todos sin excepción.
Que nadie te convenza de que eres basura.
No basta con haber oído que el tesoro está ahí.
Es necesario experimentar y vivir esa presencia.

 

Fray Marcos

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