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EL PODER DE LA GRATITUD

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Domingo XXVIII del T.O.

9 de octubre

Lc 17, 11-19

La gratitud es un sentimiento profundamente terapéutico, a la vez que constituye un test de la madurez humana -psicológica y espiritual- de la persona.

La gratitud aleja la queja y el lamento, libera del victimismo y constituye el más eficaz antídoto frente al desánimo y el desaliento. Hoy conocemos también, desde las neurociencias, que el sentimiento de gratitud libera dopamina y oxitocina: al generar sentimientos de gratitud, se activa el sistema de recompensa del cerebro, que es el responsable de la sensación de bienestar y placer en nuestro cuerpo.

El efecto “sanador” de la gratitud radica en el hecho de que ese sentimiento nos coloca en el lugar adecuado, es decir, en la verdad de lo real: nuestra identidad profunda no es el “yo”, que puede sentirse descolocado por lo que sucede, sino la consciencia, vida o totalidad. Tiene lugar así un “círculo virtuoso”: cuando estamos situados en la verdad de lo que somos, la gratitud fluye espontánea; y cuando vivimos la gratitud incondicional, esta nos coloca en la verdad de lo que somos.

La gratitud, comprendida en profundidad, no nace únicamente cuando todo nos va bien o cuando alcanzamos una meta soñada. La gratitud no se halla a merced de lo que nos ocurre, porque en realidad no es (solo) una actitud que podamos vivir y cultivar. Gratitud es lo que somos.

La gratitud brota de la gratuidad, de la comprensión experiencial de que todo es gracia. Este es el motivo por el que las personas sabias han invitado a dar gracias por absolutamente todo lo que pudiera suceder.

Sin embargo, esta propuesta sabia no es asumible para el ego, que divide la realidad en “buena” y “mala”. A partir de ahí, puede dar gracias cuando ocurre algo “bueno”, pero se frustra y sufre cuando le adviene lo que etiqueta como “malo”.

La lectura adecuada y la vivencia de la gratitud incondicional requiere dos condiciones que, en cierto modo, corren paralelas: la comprensión no-dual y el reconocimiento de que, en nuestra identidad profunda, somos gratitud.

La comprensión no-dual nos permite ver la realidad no troceada ni fragmentada por nuestras etiquetas, al mismo tiempo que nos hace reconocer que lo realmente real -nuestra verdadera identidad- se halla siempre a salvo, más allá de lo que nos ocurra. Todo es uno y todo lo que sucede forma parte de ese único entramado. Todo nace del Fondo último (consciencia, vida) que sostiene y constituye todas las formas. Alineados con ese Fondo, porque hemos descubierto que es nuestra verdadera identidad, la gratitud brota de manera espontánea, junto con el sí a lo que es.

Esto no significa que nuestra mente y nuestra sensibilidad no se rebelen ante determinadas situaciones hasta el punto de resultarnos imposible vivir la gratitud. Todo esto forma parte de nuestra propia constitución psicológica, pero no niega la verdad de la armonía última de lo real.

La vivencia o no de la gratitud constituye, además, un test de la madurez humana. La ausencia de gratitud mostraría la identificación con el ego -y la consciencia de separatividad- que, de modo narcisista, exige que la realidad responda a sus expectativas. Por el contrario, la gratitud sostenida es señal de comprensión experiencial de quien vive en la consciencia de unidad.

Y un último apunte: gratitud no significa resignación ni indolencia. Como ocurre cuando se vive la aceptación, la gratitud -desde la misma consciencia de unidad de donde nace- movilizará a la persona para hacer todo lo que tenga que hacerse. El comportamiento sabio es siempre paradójico: abandono (confianza, rendición, gratitud) y acción.

¿Qué ocupa más lugar en mi vida: la queja o la gratitud?

 

Enrique Martínez Lozano

(Boletín semanal)

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