EN MARÍA DESCUBRIMOS A DIOS COMO MADRE
Fray MarcosMARÍA MADRE (A) (año nuevo)
Lc 2,16-21
Es una fecha cargada de connotaciones profundamente humanas: la circuncisión e imposición del nombre a Jesús, la maternidad de María, el comienzo del año, el día de la paz. No me gusta tratar más de un tema en la homilía, pero hoy haremos una excepción. La fiesta quedaría incompleta si omitiéramos alguno de estos aspectos. De todas formas, desde el punto de vista litúrgico, la más importante es la de María Madre.
María madre de Dios. Es la fiesta más antigua de María que se conoce. Pablo VI la recuperó y la colocó en este día de la octava de Navidad. La maternidad de María es un dogma. Esto no nos tiene que asustar, porque lo que de verdad importa es la manera de entender hoy esa verdad. Fue definido en Éfeso en el 431. No es de un dogma mariológico, sino cristológico. Los evangelios y los primeros escritos cristianos no se preocuparon de María.
La prueba de que en la definición de Éfeso no querían decir lo que se entendió, es que tuvo que ser aclarada veinte años después por el concilio de Calcedonia (451), afirmando que María era madre de Dios, "en cuanto a su humanidad". ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la humanidad de Dios? Efectivamente, llamar a María “madre de Dios”, porque fue la madre de Jesús, es violentar los conceptos. Jesús fue un ser humano que comenzó a existir en un momento determinado de la historia. El niño que lloraba y que mamaba, se meaba y se cagaba, no puede ser identificado sin más con Dios, que está fuera del tiempo.
Para entender el dogma de la "Theotokos" (la que pare a Dios), debemos tener en cuenta el contexto. Fue un intento de afirmar que el fruto del parto de María era una única persona, contra Nestório que afirmaba dos personas en Jesús, una humana que era Jesús y una divina, la segunda de la trinidad. No debemos olvidar que el concilio de Éfeso lo promovió el mismo Nestório para condenar a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo. Faltó el canto de un duro para que condenaran como herejía lo que se definió como dogma.
Aunque no fue la intención del concilio, lo que se entendió del dogma, no deja de tener su importancia a la hora de pensar la realidad de Dios. Que nos hayamos atrevido a dar una madre a Dios tiene unas connotaciones psicológicas incalculables. Manifiesta la necesidad de comprender a Dios desde nuestra realidad humana. Somos hijos de Dios y Él es a la vez Hijo de una mujer... Dios entrando en la dinámica humana y el hombre entrando en la dinámica divina. Llamar a María Madre es manifestar la presencia de Dios en Jesús.
La circuncisión se hacía a los ocho días y era el rito religioso fundamental para el pueblo judío. Mucho más que el bautismo para nosotros. Implicaba ponerle un nombre, que en aquella época era muy importante y que en este caso, según el relato, no lo eligen ellos, sino que viene impuesto. Lo que significa el nombre “Jesús” (Dios salva) resume toda su vida. La circuncisión era el signo de adhesión al pueblo de Israel. Si era primogénito, como en este caso, había que rescatarlo de la obligación de ofrecer al Señor todo primogénito.
El comienzo del año supone traspasar una frontera. En el NT encontramos dos palabras que traducimos por “tiempo”, pero tienen significado diferenciado. “Chronos” es el tiempo astronómico. Se refiere al paso de las horas, días y años… es lo que estamos celebrando hoy. “Kairos” sería el tiempo humano. Es el tiempo oportuno para hacer algo importante que atañe a la condición humana. Éste es mucho más importante desde el punto de vista religioso. Es el tiempo que se me da como oportunidad de crecer en el ser. No debía traspasar la frontera del año sin hacer una reflexión sobre mí mismo, y valorar como estoy haciendo uso de algo tan importante y tan efímero como el tiempo cronológico.
Sabemos que Dios es amor, don total y absoluto. Siempre será lo que es para nosotros. Pero ese don no se impone desde fuera. Si el hombre no lo descubre y lo acepta, no significará nada para él. La aceptación de ese don, que es Dios, tenemos que hacerla desde la más profunda humanidad. No es suficiente una vida animal y racional plena. Es necesaria una perspectiva humana que solo se da más allá de lo biológico y lo racional. Para que Dios llegue a nosotros, como humanos, debemos tomar conciencia de ello y aceptarlo.
Día mundial de la paz. Tal vez sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la ausencia de paz es la prueba de una falta de humanidad a todos los niveles. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos y quejas sobre lo mal que está el mundo. No descubriremos lo que significa la paz, hablando de guerras y conflictos, quedándonos en una crítica externa sin mover un dedo para cambiar las cosas.
No son las contiendas internacionales, por muy dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y pendencias individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo, que lucho a brazo partido por imponer mis criterio o caprichos egoístas a los que están a mi alrededor. El egoísmo que impide la armonía en nuestras relaciones personales es el causante de las más feroces guerras a todos los niveles.
La paz no es una realidad que podamos buscar con un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas relaciones humanas entre nosotros. Es muy deprimente que nos sigamos rigiendo por el proverbio latino: “si vis pacem parat vellum”. Si te preparas para la guerra, es que estás pensando en quedar por encima del otro. Si no existe una calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre las naciones.
El primer paso hacia la paz, tengo que darlo yo entrando dentro de mí. Si no he conseguido una armonía interior, si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también lo más difícil porque exige la superación de todo egoísmo. Una auténtica paz interior se reflejaría en nuestras relaciones, comenzando por las familiares y terminando por las internacionales.
¡Recuperemos el shalom judío! En esa palabra se encuentra resumido todo lo que intento deciros. Nuestra palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas: ausencia de guerra, ausencia de conflictos, etc. Pero el shalom se refiere a realidades positivas. Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas para ser tú.
El ser humano auténtico es el que ha dejado de pretender que todo giren en torno a él. Aprender a amar, preocuparse de los demás, entrar en armonía, no sólo con los demás sino con toda la creación, es la única preparación para la paz. El que ama no pelea por nada ni pretende nada, sino que está encantado de que todos saquen provecho de él.
Fray Marcos