LA FAMILIA DE NAZARET
Fray MarcosMt 2, 13-15 y 19-23
El evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado. En línea con lo que allí dijimos, vemos como Mateo refleja en Jesús lo que la Biblia dice de Moisés, porque para él Jesús es el nuevo "Moisés" que salvará definitivamente a su pueblo. Sigue resaltando la impotencia de José en la toma de decisiones de acuerdo con la voluntad de Dios.
La liturgia nos propone hoy la familia de Nazaret como punto de reflexión. No sabemos casi nada de esa familia, pero teniendo en cuenta el refrán 'de tal palo tal astilla', debemos suponer que fue una familia ideal. No obstante, tenemos que dejar claro desde el principio que el modelo de familia de aquella época no tiene nada que ver con el de hoy.
La verdad es que el tipo de familia de Nazaret que se nos ha propuesto durante siglos, es muy probable que no haya existido nunca. El modelo de familia del tiempo de Jesús, era el patriarcal. La familia molecular era completamente inviable.
Cuando el evangelio nos dice que José recibió a María en su casa, no quiere decir que formaran una nueva familia, sino que María dejó de pertenecer a la gran familia de su padre y pasó a integrarse en la familia a la que pertenecía José. El relato de la pérdida del Niño es impensable en una familia de tres.
El valor supremo de la familia patriarcal, era el honor. En la honorabilidad estaban basadas todas las relaciones sociales, desde las económicas hasta las religiosas. Si una persona no pertenecía a un clan respetado, no era nadie. En consecuencia, el primer deber de todo miembro de la familia, era mantener y aumentar su honorabilidad.
Esto explica las escenas evangélicas donde se dice que su madre y sus hermanos vinieron a llevarse a Jesús porque decían que no estaba en sus cabales. Querían evitar a toda costa el peligro del deshonor de toda la familia. Lo que pasó después confirmó sus sospechas.
El primer despiste lo sufrimos al llamar "sagrada" una institución. Ninguna institución es santa, mucho menos sagrada.
Las instituciones son entes de razón, son medios que el hombre utiliza para regular sus relaciones sociales. Son imprescindibles para su desarrollo como persona humana. Pero como todo instrumento, ni son buenas ni son malas en sí mismas. La bondad o malicia depende del uso que hagamos de ellas.
Todas las instituciones pueden ser mal utilizadas, con lo cual en vez de ayudar al ser humano a perfeccionarse, le impiden progresar en humanidad. La familia también puede ser utilizada para oprimir y someter a otros seres humanos. Debemos tener mucho cuidado y saber defendernos cuando esto ocurre. La familia está al servicio de la persona, y no al revés. Eso no quiere decir que no exija esfuerzo y sacrificio. Sin esfuerzo nunca habrá progreso humano.
En los evangelios no encontramos ningún modelo especial de familia. Se dio siempre por bueno el ya existente. Mas tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal era muy avanzado. No sólo se adoptó, sino que se vendió después como modelo cristiano, sin hacer la más mínima critica a los defectos que conllevaba.
Voy a señalar sólo tres:
1º.- No contaba para nada el amor. El contrato era firmado por la familia según sus conveniencias materiales o sociales. Una vez firmado por las partes, no había más remedio que cumplirlo, sin tener en cuenta para nada a las personas.
2º.- La mujer quedaba anulada como sujeto de derechos y deberes jurídicos. De un plumazo se reducían a la mitad los posibles conflictos legales. Esto ha tenido vigencia prácticamente hasta hoy. Hasta hace unos años, la mujer no podía abrir una cuenta corriente sin permiso del marido.
3º.- El fin del matrimonio eran los hijos. Al imperio romano lo único que le importaba es que nacieran muchos hijos para nutrir las legiones romanas que eran diezmadas en las fronteras. Hoy se sigue defendiendo esta ideología en nombre del evangelio. El número de hijos no tiene por qué afectar a la calidad de una paternidad; siempre que la ausencia de hijos no sea el fruto del egoísmo.
Aunque esos fallos no están superados del todo, hoy son otros los problemas que plantea la familia. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas.
No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio indisoluble, indisoluble, indisoluble, aunque la estadística nos diga que el 50 % se separan.
Tampoco solucionaremos nada repitiendo sin ninguna matización que la homosexualidad es pecado, hundiendo en la miseria a un gran número de seres humanos.
No se trata de que hoy las personas sean peores que hace cincuenta años. Hoy, para mantener un matrimonio, se necesita una madurez mucho mayor. Al no darse esa madurez, los matrimonios fracasan.
Dos razones de esta mayor exigencia son:
a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos.
b) La mayor duración de esa relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta años juntos. En un tiempo tan prolongado, es más fácil que en algún momento surjan diferencias insuperables.
Como cristianos, tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos en sus relaciones con los demás.
Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser, a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que potencie y favorezca esta actitud plenamente humana, es válido y cristiano. Debemos tener mucho cuidado de no proponer ideologías concretas como cristianismo.
Es verdad que la familia está en crisis, pero las crisis no tienen por qué ser negativas. Todos los cambios profundos en la evolución de la humanidad vienen precedidos de una crisis. Si no se descubren las carencias, nunca haríamos nada por superarlas.
La familia no está en peligro, porque es algo completamente natural e instintivo. Como cristianos tenemos la obligación de colaborar con todos los hombres en la búsqueda de soluciones que ayuden a todos a conseguir mayores cuotas de humanidad.
Tenemos que demostrar, no solo de palabra, sino con hechos, que el evangelio es el mejor instrumento para conseguir una humanidad más justa, más solidaria, más humana.
Si tenemos en cuenta que todo progreso verdaderamente humano es consecuencia de las relaciones con los demás, descubriremos el verdadero valor de la familia. En efecto, la familia es el marco en que se pueden desarrollar las más profundas relaciones humanas. No hay ningún otro ámbito o institución que permita una mayor proximidad entre las personas. En ninguna otra institución podemos encontrar mayor estabilidad, que es una de las condiciones indispensables para que una relación se profundice.
Podemos estar seguros que las primeras lecciones de humanidad las recibió Jesús en el entorno familiar. Este entorno no se redujo a José y a María, sino que comprendía también a sus hermanos (si los tuvo), a sus primos, a sus tíos y abuelos (sobre todo paternos).
En una familia auténticamente israelita, la base de todo conocimiento y de todo obrar era la Biblia. Sin este trasfondo sería impensable el despliegue de la figura del hombre Jesús. Jesús fue mucho más allá que el AT en el conocimiento de Dios y del hombre, pero allí encontró las primeras orientaciones que le permitieron experimentar al verdadero Dios.
Tenemos que olvidarnos de toda espectacularidad externa y descubrir su infancia como la cosa más normal del mundo. Fue una familia completamente normal. Nada de privilegios ni protecciones especiales, ni ellos ni sus vecinos pudieron enterarse de lo que ese niño iba a ser, porque también él fue completamente normal.
Es en esa absoluta normalidad donde tenemos que ver lo extraordinario, su vida interior y su cercanía a Dios que era lo que les mantenía unidos y entregados unos a otros, como soporte de la convivencia. Esa sencillez y esa entrega mutua, son el mejor ejemplo de que Dios estaba allí.
No estamos negando la divinidad de Jesús. Estamos haciendo hincapié en el proceso plenamente humano del descubrimiento de lo que había de Dios en él. Él era un ser humano, aunque en esa humanidad se estaba manifestando la plenitud de la divinidad.
Es Dios el que se hace hombre, no Jesús el que se hace Dios. Si a Jesús le hacemos Dios, nosotros quedamos totalmente al margen de ese acontecimiento. Si descubrimos que Dios se hace hombre, podré experimentar que se está haciendo en mí. Este es el verdadero mensaje del evangelio. Esta es la buena noticia que nos aportó Jesús.
Meditación-contemplación
"Por encima de todo, el amor que es el ceñidor de la unidad.
La familia es el marco más íntimo de relaciones humanas.
Es, por tanto, el marco privilegiado de humanización.
Ahí debe manifestarse y potenciarse nuestra plenitud humana.
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El amor que nos pide el evangelio es un amor efectivo.
Las teorías y las ensoñaciones no llevan a ninguna parte.
Mi relación con los próximos manifiesta el grado de mi amor.
Examinar esas relaciones en la clave de todo progreso espiritual.
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Dentro de mí, en lo hondo de mi ser,
debo descubrir esa necesidad de amar.
Los lazos familiares me ayudan a salir de mí e ir al otro.
La familia es el mejor campo de entrenamiento
para hacerme más humano.
Si desaprovecho esa oportunidad, no llegaré nunca a amar.
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Fray Marcos