BUENOS ALTAVOCES
Gerardo VillarOigo muchas homilías. Y reconozco que me cuesta mucho oírlas. Como yo, pienso que las personas mayores andamos un tanto torpes de oído. Tampoco los altavoces funcionan demasiado bien y eso nos hace más difícil el captar la predicación. Los predicadores necesitamos un cursillo para aprender a pronunciar, despacio, a transmitir bien el Mensaje del Evangelio. Y para ello, primero que hayamos captado, vivido y sentido su contenido. Estamos para transmitir lo que la Palabra ha provocado en nosotros.
Es preciso haber acogido, asumido, asimilado lo que Dios nos dice a nosotros para poder transmitirlo a los oyentes. Calculo que cada predicación requiere en mí unas cinco horas de estudio, reflexión, oración de lo que Dios nos quiere decir.
Comprendo que es más fácil transmitir el Mensaje con algún signo, gesto, objeto concreto... Centra mucho más la atención. Y que todo gire en torno a una realidad. Que sea breve. Y fijarme en los fieles para ver cómo reaccionan. Según el gesto que pongan, iré comprendiendo mejor el efecto que surte en ellos esa predicación. Cuando miren muchas veces al reloj o se muevan, es señal de que están en otra onda, de que no están captando el contenido, o que no les resulta interesante.
Por supuesto que será interesante y necesario que parta de sus vidas y que ayude a leer su día a día según Jesús. En las parábolas de Jesús tenemos un ejemplo a imitar: breves, con imágenes y basadas en la vida cotidiana.
La Palabra ha de ser –según nos lo dice la carta a los Hebreos– “más cortante que una espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser”. Que no sea como la lluvia que cae sobre piedra y resbala, sino sobre tierra; y va calando y produce frutos de conversión a la Alegría.
El ideal será que todos los oyentes, participemos y compartamos nuestros sentimientos y nuestras experiencias. Es evidente que esta participación requiere una mayor preparación y celebraciones más extensas. Pero el Espíritu nos habla a todos y se nos manifiesta. No estamos solo para oír, sino para escuchar, captar, acoger, vivir y compartirlo.
Claro que, con este planteamiento, se requiere mucho más tiempo y una actitud más profunda.
Me viene a la memoria lo que un compañero mío decía: “me pongo a predicar, veo que son seis personas y pienso que son media docena, me da miedo y no predico”.
No pasa nada. Es obra del Espíritu que sopla. Simplemente se trata de escuchar y ser altavoz.
Gerardo Villar