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LA SABIDURÍA DE LOS SENCILLOS

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Mt 16, 21-27

«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén ser matado y resucitar al tercer día»

Hay dos formas distintas de interpretar este pasaje. Una, Jesús, hombre verdadero, se da cuenta de que su enfrentamiento con las autoridades se está enconando, y advierte a sus discípulos del peligro que entraña seguir con él porque ese rechazo creciente puede acabar en la muerte. Y otra, Jesús, el Verbo que existe desde el principio junto al Padre, lo sabe todo y va preparando a sus discípulos para una revelación que él posee desde siempre.

Según sea nuestra postura, entenderemos la cruz como el sacrificio redentor de Jesús siguiendo “la voluntad del Padre”, o como el resultado inevitable de su predicación y la posterior reacción del poder establecido. Ambas lecturas son insuficientes, y resulta preciso hacer una síntesis adecuada que resulte coherente con la figura de Jesús que se desprende del evangelio.

Esta búsqueda de una mayor comprensión de Jesús puede estar bien, pero sabiendo que corremos el riesgo de dar demasiada importancia a los planteamientos teológicos y metafísicos propios de especialistas, y olvidar la esencia de la buena Noticia. Para nosotros, los cristianos de a pié, lo más más importante del evangelio es aquello que nos puede ayudar a dar sentido a nuestra vida: “Abbá” … “A mí me lo hicisteis” …

Así las cosas, lo que me interesa resaltar en estas línes es que la religión de Jesús no altera la vida, sino que le da sentido. En Getsemaní, Dios no libró a Jesús de beber el cáliz, pero tras la oración encontró sentido a su sacrificio, y aquel hombre angustiado hasta el extremo fue capaz de afrontar con coraje inaudito su destino. Y lo mismo ocurrió en la cruz, que, tras sentirse abandonado por Dios, pasó a un acto de confianza plena seguro de que al otro lado de la muerte le esperaban los brazos amorosos de su Padre: «En tus manos encomiendo mi espíritu»

Dios no es el que me libra de la mala suerte, ni de la enfermedad ni de las calamidades. Dios no es el que me facilita la vida. Esa concepción de Dios tan propia del judaísmo se acabó con Jesús, y todos aquellos que la alentaban entendieron el peligro que entrañaba y decretaron su muerte.

Jesús nos invita a una religiosidad mucho más profunda que la de escribas y fariseos. Dios no es un parche a las dificultades de la vida, sino el sentido de todo; de lo bueno y lo malo, de lo agradable y lo desagradable. Como decía Ruiz de Galarreta: «El Reino no es huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana»

Y ésa es la auténtica sabiduría; la sabiduría de los sencillos.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

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