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Libro de la biblia

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LOS LLAMÓ Y SE MARCHARON CON ÉL

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Desde el concilio Vat.II se ha dicho continuamente que la vida cristiana consiste en el seguimiento de Jesús. Ser cristiano es ser seguidor y seguidora de Jesús de Nazaret.

El evangelio que hemos leído hoy lo dice explícitamente: “Los llamó y se marcharon con él”. Dejaron todo: casa, trabajo, familia, negocio y se fueron con Jesús. Algo así solamente es posible si uno no cae bajo el hechizo de la persona de Jesús, si uno se enamora de él. De lo contrario, la fe puede ser una creencia, pero no un seguimiento.

El seguimiento de Jesús tiene dos dimensiones, una dimensión que podríamos llamar mística y otra situacional. La dimensión mística es la oración, la Palabra, los sacramentos, la Iglesia, etc. En esos lugares miramos el rostro de Jesús para quedar “colgados” de él. Y luego está el componente situacional: acoger el dolor del otro, colaborar a que brote la paz, construir la buena relación, la ciudadanía. Las dos dimensiones han de estar siempre presentes y lo más equilibradas que posible.

¿Podremos nosotros, cristianos de a pie, llamarnos y ser seguidores de Jesús? Podemos, siempre que mejoremos nuestra vida cristiana. ¿Cómo?

· Asumiendo los criterios de Jesús: : Tales como: se puede estar contento sirviendo, no hay amor más grande que amar al otro, nadie tiene que reclamar nada al Dios que le da todo, perdonar es imprescindible, etc. Estos criterios tienen que cambiar nuestra manera de pensar. Seguir a Jesús siendo los mismos es un autoengaño.

· Viviendo sus actitudes: Tales como: echarse a los hombros el dolor ajeno, hacerse encontradizo de quien anda perdido, saber que toda persona es digna aunque sea un pecador, no temer mezclarse con quien lleva una estigma social. Si no descubriéramos alguna de estas actitudes en nuestro comportamiento diario estaríamos aún lejos de ser seguidores.

· Copiando sus sentimientos: Tales como: el Padre nunca nos deja solos, hay más gozo en dar que en recibir, Dios es bueno siempre con sus criaturas, el Padre cuida a justos e injustos. Si no percibimos que alguno de estos sentimientos aflora en nuestra vida, es que aún nos falta un tramo para ser seguidoras y seguidores.

Hemos de repetirlo siempre que sea necesario: tener fe no es, principalmente, asumir una serie de ideas y de comportamientos morales, aunque esto sea importante. Mucho menos, agarrarse a unas prácticas religiosas, con frecuencia insignificantes (¡cuánto se han extrañado y hasta se han molestado algunos cuando hemos cambiado la ceniza por otros signos!). Tener fe es quedar cautivados por Jesús, considerar interesante para mí su manera de pensar, tratar de poner en pie sus actitudes, sentir como él sentía. Las ideas religiosas sin todo esto se quedan en meras ideas, peligrosamente vacías.

Es posible que todo esto parezca inconcreto. Ya dice el evangelio de Juan que las cosas de la espiritualidad son como el viento, que no lo ves pero oyes su ruido. Hay que pensar en esto muchas veces. Y, poco a poco, se irá haciendo la luz. Que no renunciemos a ser, de alguna manera, como aquellos que llamó y se marcharon con él.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

21 de enero 2024

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