TRAE TU MANO, MÉTELA EN MI COSTADO
Fidel AizpurúaParece que en las primeras comunidades cristianas creer en la resurrección no fue gran dificultad (eran sociedades más crédulas que la nuestra). El problema estaba en unir las llagas con la gloria, al resucitado con el ajusticiado en la pasión.
Da la impresión de que había una cierta tendencia a no hablar de las llagas, a no recordar aquel infausto día en que Jesús murió en la cruz. No nos ha de extrañar porque, según parece, la cruz era un trauma personal y social, un quedar marcado a perpetuidad, una exclusión para siempre. Por eso, mejor no hablar de ello.
Pero el evangelio se empeña en decir que el crucificado y el resucitado son el mismo, que hay que unir llagas y resurrección. Más aún: viene a decir que una de las mejores maneras de creer en el resucitado es tocar sus llagas, tocar toda llaga para sanarla. Por eso la insistencia de Jesús con Tomás: TRAE TU MANO, MÉTELA EN MI COSTADO.
Efectivamente, creer en la resurrección no es, principalmente, tener unas ideas religiosas, acatar unos dogmas, confesar una fe. Es, sobre todo, un modo de amar al frágil, un curar las llagas del que anda mal, un amparar al desorientado. De ahí que quede claro que tocar llagas es una de las mejores formas de creer en Jesús y de vivir como resucitado.
¿Qué llagas estamos llamados hoy a tocar para curarlas?
· La llaga sangrante de la guerra: porque ahí sigue, tenaz y destructora. Y Europa no encuentra modo de pararla. Nosotros somos Europa. Algo nos incumbe.
· La llaga debilitadora de la polarización: los bloques irreconciliables, la dificultad para pactar, nuestra desgarradora manera de hablar. Algo hay que mejorar en el país y en nuestro propio interior.
· La llaga inhumana de la exclusión: porque nos cuesta hacer un sitio a los débiles en el banquete de la vida al que toda persona tiene derecho. Una llaga social que siempre está ahí.
Durante la Semana Santa oímos todos los años, y las trompetas de las Cofradías la interpretan, aquella famosa saeta de Machado: “No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar”. A eso alude el evangelio: hablemos del Jesús glorioso, del que anduvo en la mar, porque es Pascua. Pero no nos olvidemos del Jesús del madero, de los pobres, de los injustamente tratados por la vida. Una resurrección en la que no cuenten los débiles no es la de Jesús.
Repitamos una y cien veces aquel aserto de FT 69: “La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos”. O sea. Si queremos medir nuestra fe en la resurrección, midámosla por nuestro talante inclusivo. Si incluimos, nuestra fe en la resurrección es de calidad; si no incluimos, un pesado interrogante cae sobre nuestra fe. Así de exigente y humana es la fe en Jesús resucitado.
Fidel Aizpurúa Donazar
(7 de abril 2024)