Juan 15, 9-17
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado»
El amor al prójimo no es ningún mandamiento que debamos cumplir para lograr un premio o evitar un castigo, sino la respuesta al amor del Padre. El amor de Dios hacia nosotros sus hijos es el fundamento de nuestra fe; es el primer acto de fe del cristiano. Si no es así, si nuestro fundamento es otro, estaremos convirtiendo el cristianismo en una escuela de sabiduría de la vida o un club de personas altruistas, pero lo estaremos despojando de su elemento fundamental; Abbá, la buena Noticia.
El problema es que nos resulta muy difícil creer en Abbá; el Dios de Jesús que nos quiere como las madres quieren a sus hijos. Y nos resulta difícil, porque nuestra mente ilustrada nos impide aceptar nada que no haya pasado antes por el filtro de la razón. Y claro, la razón nos dice que Dios-Abbá es incompatible con el espectáculo atroz del mal en el mundo, porque… ¿cómo un Dios bueno y todopoderoso puede tolerar tanto dolor y sufrimiento, tanta injusticia y opresión como hay en él?...
Ya Epicuro (siglos cuarto y tercero antes de Cristo) puso el dedo en la llaga con una crudeza demoledora y una simplicidad extrema: «O Dios quiere evitar el mal, pero no puede, y entonces es impotente, o puede y no quiere, y entonces es malo, pero en ninguno de los casos sería Dios». Y es que la lógica humana es clara y contundente: Si hay Dios, no puede haber mal, y si hay mal, es que no hay Dios… y mucho menos el Dios de Jesús.
El argumento de Epicuro parece definitivo, pero no lo es. Como afirma J. Antonio Estrada en su libro “La pregunta por Dios”, si aplicamos con rigor los principios de la lógica al argumento de Epicuro, comprobamos que solo demuestra que la presencia del mal en el mundo no tiene explicación racional. Y nada más. El problema es que hemos sacralizado hasta tal punto la razón, que no podemos admitir que haya algo inasequible a ella… y entonces el argumento de Epicuro resulta muy sólido.
La única forma de creer en Abbá es a través de la fe que nos merezca Jesús. Y aquí se nos presenta un bonito dilema para calibrar la fortaleza de nuestra fe: La razón me empuja con fuerza a rechazar la existencia de Abbá, pero Jesús me invita, tanto a través de sus parábolas, como a través de su propia vida, a creer en Él…
¿Con cuál de los dos me quedo?...
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí