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IN MEMORIAM DE FEDERICO CARRASQUILLA: EL PADRE, EL CURA, EL TEÓLOGO, EL AMIGO, EL SABIO

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El 29 de julio a las 5:50 am fallece Fede, como le gustaba que lo llamaran, noticia inesperada porque, a pesar de sus 89 años de edad, era un hombre lúcido, con gallardía, jovial… siempre que le preguntaban sobre su estado: ¿cómo está? ¿Cómo se siente? Sus respuestas contundentes y sinceras - estoy muy bien, no me duele nada y estoy contento y medio. Me ha tocado una vida de maravilla y añadía:  A mí me ha tratado muy bien la vida, me han colocado a hacer lo que me gusta, creyendo que lo que me colocan es un castigo. Vivo de maravilla, no me falta nada. 

Cuando coloqué entre fotos en mis redes haciendo alusión a su Pascua, muchos me postearon: ¿murió? Mi respuesta: falleció, más no murió. La muerte no lo ha derrotado, le ha dado la victoria – recordaba la frase de Juan Martín Descalzo: “morir es solo morir, morir se acaba, morir es un fuego fugitivo, morir es pasar la puerta a la deriva y, encontrar lo que tanto se buscaba”. Federico no murió, se nos adelantó a esa orilla donde algún día dejaremos las redes, para seguir a Dios en Espíritu y verdad.

Federico un hombre que paso por este mundo haciendo el bien, viviendo el programa de Jesús, siendo agente de misericordia y encarnando en su vida y en la de los demás las bienaventuranzas. Un hombre que susurraba el Reino, no desde la azotea. 

Federico nació en 1935 en Itagüí, en su tiempo fue ambiente campesino y pueblerino, era el cuarto entre ocho hermanos, entre ellos otro hermano que también fue sacerdote, Horacio, quien falleció en Pandemia, pertenecía a la diócesis de Caldas. Su padre era un farmaceuta con mucho sentido social, y supremamente religioso, diario hacia su hora santa ante el santísimo y su madre Ester, una mujer caritativa; estos valores fueros forjando la vida de Fede, crecer en medio de una familia religiosa, practicante en el sentido cultual y en el compromiso evangélico, desde pequeño Federico escuchaba de sus padres querían que un hijo fuese sacerdote, a cambio de uno, fueron dos. 

Federico ingresó al seminario en 1947, no propiamente porque sentía el llamado, sino por darle gusto a su padre. En el seminario encontró tres actividades que le encantaban: estudiar, rezar y jugar. El seminario era un ambiente muy clerical, los seminaristas quedaban apartados del mundo, cosa que aún sigue igual; imposible estar allí en las estructuras siendo de libre pensamiento, me contaba Federico que un compañero que se llama Jorge Eliecer; le hicieron cambiar el nombre porque les asemejaba a Gaitán. La Iglesia tenía repudio al liberalismo. En el seminario había una concepción de que ser liberal es malo. 

Más adelante Federico por sus capacidades intelectuales que eran asombrosas, lo envían a Europa a estudiar, iba para el seminario de América Latina, pero por confusión llegó al seminario francés, allí encontró unas tendencias teológicas y la espiritualidad de Carlos de Foucauld quien le ayudó a descubrir lo central del mensaje de Jesús: verlo en el plano humano y pobre como categoría universal. Estando en Roma, pudo escuchar la primera audiencia de Giuseppe Roncalli y evidenciar los nuevos gestos que inquietaban a algunos sectores de la Iglesia, ‘semper reformanda’ silogismo que se había olvidado, pero que no sabían el revolcón que venía con el Concilio Vaticano II.

Una Revolución que todavía no se ha logrado plenamente, que va muy despacio, porque no es fácil ni sencillo tumbar tantos años de historia y tradicionalismo. En Roma culminó su licenciatura de teología en la universidad Gregoriana. Y luego, hizo un doctorado en filosofía con énfasis en la antropología existencial, fundamentado en Marx y Sartre. Recrimina Federico que, si la Iglesia hubiera entendido las tesis de Marx sobre Feuerbach que son lecturas sobre la realidad, habría comprendido que es la misma perspectiva de Jesús. 

Fede manejó un bajo perfil, por eso hablaba abiertamente y justificaba su forma de ser. Cuando uno está abajo, puede decir lo que le dé la gana. Los que están arriba son los que tienen que cuidarse. Sus estudios lo llevaron a apasionarse por Jesús y ser reflejo de él, convergiendo sus actitudes. Llegó a ser rector del seminario de Medellín en la etapa de filosofía, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana; Fede chocaba con las estructuras institucionales, porque siempre entendió que el ministerio era para servir y no para ser servido (Cfr. Mt 20, 28). 

Fede es considerado un héroe en el barrio Popular de Medellín, pues estando vivo construyeron un colegio en honor a él. Llegar al popular fue experimentar el Reino. Siendo un profesor admirado por sus capacidades y conocimientos, todo su bagaje académico, era una estrella. Se va para un lugar de invasión, a cumplir el ideal de vivir con los pobres y como los pobres; allí se convirtió en el Jesús de Nazaret, que iba aprendiendo de las experiencias y aventuras en medio de las gentes. Entre ellas hago acotación de algunas que me había contado y que recuerdo. 

Un almuerzo que lo invita una feligresa y le pregunta, Padre, ¿cómo se siente? – Llegué a un paraíso, llegué donde buscaba. Contesta la señora: —Eso hemos visto. Cuando comentaron que usted venía de la universidad en la comunidad, pensábamos que no iba a durar mucho, por el contrario, a usted se le ve muy contento, y eso que usted no es de los nuestros.

Una vez que se enfermó Fede, y dos señoras en medio del desespero dicen llamamos un médico. Fede interviene – usted cuando se enferma, ¿Les traen médico? Ellas responden – que no. ¿Usted qué hace? Pregunta Fede. Tomamos bebidas. Fede pide bebidas; al ver que está empeorando, ellas insisten en llamar a un médico. Fede pregunta: ustedes, en estos casos, ¿a dónde van? – Policlínica. Pues lleven allí, vamos en taxi – cómo que, en taxi, si ustedes tienen que pagar un taxi, se les va el salario de dos días. Tomemos bus. Llegan a policlínica en medio de un gentío, las dos señoras llegan pidiendo socorro – llegó el padre del barrio Popular – Fede llegó a la conclusión de que está haciendo una comedia.

Ocurrió todo esto y luego una señora le pide que vaya a ver a una feligresa que estaba agonizando, y le dice que le rece. ¿Recele… qué? A lo salió con ganas de quemar todos los libros y se cuestionaba - ¿De qué me sirve toda la sabiduría que tengo, sino sé que decirle a la gente? “tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco” (Sal 138, 6). Volvió a recordar que era una comedia lo que estaba haciendo y va a realizar unos retiros espirituales donde redescubre que, la pobreza de uno como cristiano es por Jesús, no por el pobre. Y que tenía que partir de su propia vivencia, de su pobreza, partir de la realidad del pobre.

El barrio Popular, un barrio de invasión donde había tugurios, ranchos de tabla y latas, recuerdo con el sabio humor de Fede, contaba que un día llegaron unos carabineros a desalojar una casa, la gente preocupada porque sabían que se terminaba la ceremonia litúrgica, y de inmediato tumbarían la casa. Federico se entera – él solo iba a realizar la misa, aprovecha y le dice a la gente: "iniciemos con el rosario". Los carabineros por el respeto que había hacia un sacerdote no hacían nada, Fede encabeza el rosario… en este primer misterio pedimos por los hijos de los carabineros para que no le vaya a pasar nada malo: no se accidente en la bicicletica; segundo misterio, pidamos para que las esposas de los carabineros no se enfermen… porque Dios castiga muy fuerte al que les haga daño a los pobres… la astucia de Fede incomparable.

Un hombre que luchó incansable para que el pobre fuese sujeto y recuperara su espacio, se viene al pobre no como alguien que hay que erradicarlo, eliminarlo; sino como alguien que es persona, ya desde varios documentos de teólogos y magisteriales se hablaba del pobre como objeto – lugar teológico; la originalidad de Federico fue decir que el pobre es sujeto y que a nadie se le agacha la cabeza, ni al mismo Dios, porque a Él se mira con amor, se agacha la cabeza cuando se siente menos, entonces no hay que agachar la cabeza, pero tampoco contestar con violencia. En varias ocasiones iba la policía a desalojar y tumbarle los ranchos.

Federico, con la serenidad de un hombre que hablaba con autoridad (Cfr. Mc 1, 22; Mt 7, 29) se involucraba en las realidades de la porción de Reino que se le había encomendado. Cuando tumbaban los ranchos, la gente reviraba contra la policía violentamente y contra el padre para que diera alguna justificación; él les contestaba: ¿quién vive aquí, ellos o nosotros? Vamos a ver quién se cansa ellos de tumbar o nosotros de volver a armar. En otras ocasiones, la policía llegaba pidiendo factura de algunas cosas como electrodomésticos y se las quitaban justificando que habían sido robadas, Fede pedía que siempre que llegará los carabineros – policías lo llamaran para el saludarlos y explicarles que eso eran unas donaciones y él lo repartía a la gente; cosa que la policía no le funcionó. Recalcaba Fede con todo esto que hay una educación que hay que hacer contra la violencia, no tanto en el aspecto religioso y moral, sino por el aspecto humano.

La forma de ser de Federico le trajo varios problemas a nivel eclesiástico, de tres grandes castigos que la Iglesia le puede dar a un sacerdote a Fede le imputan dos: la suspensión a divinis y la expulsión del oficio eclesiástico, es decir, ser párroco; jocosamente decía que le faltaba era la excomunión antes de morir. Finalmente, Federico fue absuelto de todos ellos. Pero aun en algunos sectores de la Iglesia quedaron secuelas, el lastre de una historia malinterpretada, malentendida. De Fede que para los que lo conocemos de cerca es un santo incomprendido en su época, y quedó tildado de hereje, cismático, anti-eclesial… 

Digo esto, porque cuando estudié en el Seminario Mayor de Medellín, en el año 2015 estábamos prontos a darle apertura en la primera semana del mes de octubre, la denominada ‘semana misionera’; donde un grupo de seminaristas voluntarios de las diferentes etapas de la formación, del que siempre me gustó e hice parte, porque mi vocación la descubrí en gran parte gracias a la misión. Nos dio por hacer un foro misionero, en el que teníamos pensado invitar al Fede, y otras personas para que nos iluminaran dicho encuentro, pero la información se filtró y llegó hasta los oídos de los formadores, y no dudaron llamarnos a cuenta el rector en ese entonces el Padre Martín Alonso Arias Hernández, Darío Gonzalo Martínez Machado formador y psicólogo, quien nos tildaba de marxistas, herejes, cismáticos, apóstatas, que no nos damos cuenta el daño que le hacíamos a la Iglesia, añadía - que el marxismo fue condenado por la Iglesia, que ya la teología de la liberación había muerto, que la estábamos resucitando con este grupo misionero. Nos llamaron para decirnos que: “para invitar a ese padre Federico Carrasquilla, teníamos que hablar con el obispo – monseñor Ricardo Tobón Restrepo”.

Yo sentí impotencia, me decía: ¿cómo es posible que un hermano sacerdote de la misma arquidiócesis, no pudiera ir al seminario? Mientras que se veía transeúntes que iban a hacer deporte caminando o en bicicleta, y hasta consumir sustancias psicoactivas, nadie les decía nada ni impedían el paso. ¡El tigre sabe a quién le sale! 

Cuando me dicen, defina a Federico, digo: es un hombre lleno de humanidad, tan humano que allí tenía que estar Dios en él, sus historias son de salvación, su personalidad es serena como la de un sabio que cuida de sus palabras e inteligente porque es prudente (Cfr. Prv 17, 27). Llamaba la atención que Fede tenía el sagrario en una olla de barro, encarnando el misterio de Dios que está en todas partes, que se involucra en la realidades humanas, y compagino esto con un adagio popular “estamos en la olla” – “Jesús está donde está la gente; la gente está en la olla, pues, Jesús también está allí”. 

Federico es digno de colocarlo en el santoral como doctor por su capacidad y conocimiento compartido, como mártir, porque fue incomprendido moralmente y a raíz de ello sufre la persecución. Es pastor, porque dio, desgastó su vida por tantas personas. Fede es encumbrado como uno de los padres de la Iglesia de amerindia junto con otros tantos: San Óscar Arnulfo Romero, Hélder Câmara, Leónidas Proaño, Pedro Casaldáliga, Ignacio Ellacuría, Enrique Angelelli, Raúl Zambrano Camader, Arturo Lona Reyes, Enrique Alvear Urrutia, Carlos Múgica, Carlos Alberto Calderón, Alberto Ramírez Zuluaga, entre tantos que han entregado, gastado y desgastado la vida para que los pobres sean amados en ellos, como Dios los ama. Hoy decimos: Fede, intercede por nosotros.

 

Julián Bedoya Cardona

Religión Digital, 07.08.2024

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