NO CREYENTE, PERO PRACTICANTE
Gabriel Mª OtaloraAgradezco al jesuita José Ignacio González Faus la difusión del poema Credo, de Magdalena Sánchez Blesa. Lo reproduzco para darle mayor difusión todavía y convertirlo en punto de encuentro en torno a la reflexión de nuestra fe.
Porque los cristianos de nuestra sociedad vivimos la fe como un derecho adquirido, algo que se transmite de padres a hijos con la colaboración de algunos catequistas y la asignatura de religión. La realidad es que aprendemos una cultura religiosa para andar por casa sin mayores profundidades ni compromisos excesivos. La Eucaristía, en fin, se ha convertido en una obligación de cumplimiento -cumplo y miento- que no cuestiona mucho ni resulta ser el centro de nuestra vida espiritual. No somos conscientes del regalo de la fe y de que todo lo importante que tenemos en la vida requiere ser desarrollado: la capacidad de andar, de hablar, de madurar como personas y también de maduración de nuestra fe en el amor de Dios que no todos tienen.
Una fe es un regalo (gracia) como todo lo demás: la vida es un regalo, la salud y tantas cosas más que no somos conscientes de que las disfrutamos hasta que faltan… ¿Por qué algunos tienen salud, dinero, amor o fe, y otros no? ¡Para compartirlo!, para hacer de la necesidad una gran solidaridad. De esto va el Evangelio, incluido el gran regalo de la fe. Con nuestro ejemplo de vida apreciamos de verdad el tesoro que tenemos, y que supone también convertirnos en Buena Noticia para los demás. Esto es evangelizar.
El regalo de la fe supone agradecimiento y compromiso de vivirlo agradecidos y sembradores de Buena Noticia. Por eso resulta impactante conocer a personas sin fe que viven el Evangelio apoyadas solamente en el mensaje cristológico del Nuevo Testamento como una noticia extraordinaria que merece la pena ser vivida entre nosotros, incluso si tras la muerte espera la nada.
Este es el caso de la poetisa que lo escribió, supongo que en un arranque de belleza interior que sonroja por la mediocridad con la que vivimos nuestra fe. Ella se define una “no creyente practicante” llena de honestidad que cuestiona sin pretenderlo muchos esquemas mientras ilumina el camino verdadero del que la Iglesia institucional se ha alejado tanto para instalarse en el legalismo clericalista que ahoga el tesoro de la fe y aleja a tantos porque por los hechos, precisamente, distorsionan el Mensaje.
Invito a quienes estén leyendo estas líneas a que lean despacio este poema, y mejor si lo hacen dos veces seguidas. Una lectura en actitud de oración, abiertos al Espíritu, porque la humildad que destilan esto versos son un estupendo abrelatas para abrirnos primero al agradecimiento, y a repensar nuestra actitud de creyentes después; si nos reconocemos cristianos “por la gracia de Dios” para algo y para alguien. El Sembrador salió a sembrar y nos dejó esta estupenda semilla. Que aproveche:
Credo - Magdalena Sánchez Blesa
No creo en ti, Señor, y no me alegro.
No creo en ti, por mucho que he rezado,
pidiéndote, Señor, que me redimas
y me perdones este gran pecado.
No creo en ti, lo siento con el alma,
pero quiero que sepas una cosa:
cumpliré el evangelio punto a punto,
cumpliré el evangelio coma a coma.
Te estoy hablando a ti, ¿a quién, Dios mío?
¿A quién le estoy hablando si no creo?
Pero ¿qué más daría si no existieses,
para hacer lo que dice el Evangelio?
No creo en ti, Señor, pero descuida,
que voy a recibir al forastero,
que voy a visitar a los reclusos,
y a darle de comer a los hambrientos.
No te preocupes, Dios, que yo no busco
un cielo donde ir, no es mi objetivo.
Lo haré, no por librarme del infierno,
lo haré sin pretender un paraíso.
Lo haré porque me nace, simplemente.
Lo haré porque me duele en mis adentros
que esté la tierra llena de criaturas
pasando pejigueras y tormentos.
No creo en ti, Señor, mas no te apures,
nunca te ofenderé, líbrame de ello.
Y cargaré tu Cruz hasta el Calvario
sin ningún interés de ningún cielo.
Y me tendrás, Señor, en cualquier calle,
donde haya una persona padeciendo.
Me tendrás en la cárcel, en el fango,
en cada pozo, en cada basurero.
En todas las criaturas de este mundo
que yo me encuentre con la soga al cuello.
No me guardes sillones, no lo hago
por alcanzar tu Reino.
Deseo que descanse mi ceniza
eternamente, cuando me haya muerto.
Que nadie me despierte, no me importa,
que mi gloria será seguir durmiendo.
Porque estoy agotada de la brega,
porque no puedo a veces con mi cuerpo.
No creo en ti, Señor, da mi parcela,
a quienes no han tenido nunca un techo,
a quienes no han tenido nunca nada,
a quienes viven siempre en el infierno.
Yo cedo mi sillón, que estoy cansada
de bregar y bregar a cada instante.
Porque no soy creyente, Señor mío,
soy, desgraciadamente, practicante.
Gabriel Mª Otalora