VISIBILIDAD DE DIOS
Miguel A. Munárriz CasajúsJn 10, 27-30
«Yo y el Padre somos uno»
La reiteración de Juan en proclamar la identidad entre Jesús y el Padre –«yo y el Padre somos uno»–, acabó por imponer e n la Iglesia una cristología descendente muy distinta a la primera cristología formulada en Hechos. De la expresión más primitiva usada por Pedro para enunciar la divinidad de Jesús: «Dios estaba con él», pasamos a esta otra mucho más elaborada proclamada por Juan: «El Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios».
Estos dos enunciados tan distintos reflejan la evolución histórica que experimentó la forma de entender la naturaleza divina de Jesús. Algunos cristianos nos sentimos más cómodos con la ambigüedad de la fórmula usada por Pedro. La fórmula de Juan nos da vértigo y tendemos a reducirla al mensaje básico que encierra: “En Jesús hemos conocido a Dios”… El propio Juan, en el capítulo 14 de su evangelio, expresa esta idea de forma clara y terminante: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre»… Excelente noticia.
Podemos admirar a Jesús como lo han hecho tantos personajes no cristianos a lo largo de la historia, podemos aceptarlo como maestro de sabiduría, podemos quedar fascinados por su personalidad, valentía e independencia de juicio como quedaron fascinados los que le siguieron… y podemos “creer en él”, es decir, creer que sus hechos y sus dichos son reflejo fidedigno de Dios…
Juan es capaz de hacer formidables síntesis de la fe de los testigos, y sería una gran necedad no reconocer la importancia de su evangelio. No obstante, resulta difícil sentirse cómodo con el Jesús que nos presenta, pues esa imagen de hombre que lo sabe todo, que recorre Judea y Galilea prodigando discursos teológicos para sabios en lugar de contar parábolas para gente sencilla, que no se conmueve, que no está sometido a tentación y no se aterra ante la inminencia de la muerte en cruz, dista mucho del hombre verdadero en el que creemos.
Creemos en el Jesús que se siente necesitado del bautismo de Juan, que hace teología contando parábolas sencillas a gente sencilla, que antepone la persona a la Ley, que se conmueve ante el sufrimiento y se indigna ante la injusticia, que toca leprosos y come con pecadores, que responde con aplomo a los ataques de los santos de Israel… Que desplanta a los notables de Jericó por atender al jefe de los publicanos y a un mendigo ciego, que expulsa a los mercaderes del Templo, que no se arruga ante los constantes embates de los poderosos de Jerusalén, que se juega la vida y la pierde por salvar a una adúltera desconocida, que organiza una cena para despedirse de sus amigos porque sabe que lo van a matar, que lava los pies, que no se escabulle, que se angustia en Getsemaní y perdona a quienes le crucifican en el Calvario…
A Juan le debemos la fe en “Jesús visibilidad de Dios”, una gran deuda, pero quizás esta fe resulte más reconfortante mirando al hombre verdadero y fascinante que nos presentan los sinópticos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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