DEJAR QUE EL AMOR NOS HABITE
Magdalena BennasarCOMENTARIO EVANGELIO 25 DE MAYO
Juan 14,23-29
El evangelio de este domingo, del Tiempo de Pascua, empieza con una frase que determina todo el contenido de este evangelio y también el contenido de nuestras vidas:
“Si alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”
Para que podamos vivirlo nos envía dos ayudas que hacen posible que podamos realizar y experimentar esa vivencia:
-nos garantiza el amor del Padre, del Abba querido de quien procede ese amor y que actúa a través del Espíritu, Ruah.
-y nos regala su paz, el Shalom, que es mucho más que ausencia de guerra o violencia, es plenitud; es experiencia de vida en relación con la Vida en todo y en todxs.
Volvamos a la frase central que inicia el texto. Hay una única condición que lo envuelve y determina todo: el amor
¿De qué calidad de amor estamos hablando?
De un amor eterno, que no se materializa en un futuro, sino en el presente en el que el creyente, la discípula, ya está habitada por la divinidad y lo sabe y lo vive.
La Ruah ha encontrado en nosotros su hogar, su morada. La vida de la discípula y el discípulo está llena de la vida, del aliento y de la fuerza del Espíritu.
La discípula y el discípulo nos convertimos así en morada de Jesús, en su espacio vital desde donde actúa, hoy. Nuestra vida está completamente permeada por la vida de Dios.
Entiendo que tal vez no es fácil asimilar, incluso creer esta buena noticia. Se me ocurre el sencillo y maravilloso ejemplo de un embarazo: la vida de la madre queda completamente unida e interconectada a la de la criatura. Por ambas corre la misma sangre, la misma vida. Y la fuerza de esa vida se nota, se siente, se materializa en una criatura nueva. No hay vuelta atrás. Sólo accidentalmente.
Así la vida de Dios en nosotras. Somos uno con la divinidad y con el cosmos, con todo lo que es vida. De alguna manera el cosmos es el “cuerpo” del Espíritu, y no menos cada una de las personas que nos dejamos inhabitar, que dejamos que el Amor nos habite.
Si se separa la criatura de la madre, la vida se detiene. El proceso se interrumpe. Por eso se nos insiste tanto en esa relación de amor, que se nutre a través de ese cordón umbilical: es la oración-relación de apertura a la Palabra, al Espíritu, para dejarnos guiar en la misión encomendada.
Dice Teilhard de Chardin “el Espíritu y nosotros no somos dos, somos seres espirituales viviendo una aventura humana”.
Sobran las palabras. Contemplemos esas verdades que necesitamos vivenciar para dar vida al mundo.
Y, además, para que no dudemos ni flaqueemos, nos regala su Paz, su Shalom, que significa plenitud de vida y de gozo. Lo cual nos permite estar unidas a todo, dando vida, siendo vida y aliento en un mundo des-alentado. No minimicemos nuestro legado.
Es imprescindible, para vivir todo ese legado sin miedo y sin sentir una exigencia o peso, que lo acojamos como lo que es: un legado; somos morada, somos depositarias de la vida de Dios, y con ella extendemos su presencia, proyectamos su bondad y su justicia.
Como la mujer embarazada proyecta su propio ser en un ser nuevo, que no dependerá de ella, pero estará lleno de ella, y aún sin darse cuenta, usará ese legado, esa vida, en todo lo que es, dice, hace. No lo puede separar de su ADN. Así las discípulas y discípulos. Somos presencia viva de la vida de Dios, seamos conscientes o no. Somos ministros y ministras de su presencia. ¡Interesante!
¡Feliz Tiempo Pascual! No nos lo perdamos. Y más con todo este movimiento eclesial de estas últimas semanas, nuestra vida de fe, de discipulado activo, no puede depender de un papa u otro, de una eclesiología u otra. Somos adultos y la experiencia de ser habitados por Dios, de ser su rostro hoy, es lo que da consistencia y sentido hondo y absoluto a nuestra existencia.
Magda Bennásar Oliver, sfcc