LA EUCARISTÍA
Miguel A. Munárriz CasajúsLc 9, 51-62
«El que echa mano del arado y sigue mirando atrás no sirve para el Reino»
Hoy, octava de la fiesta del Corpus Christy celebrada el domingo pasado, me van a permitir unas consideraciones sencillas respecto a la eucaristía.
Cuando Jesús dijo a sus discípulos: «Haced esto en memoria mía»… sabía muy bien lo que hacía, porque esa invitación iba a ser el motor que impulsase su obra una vez que a su muerte pasase a nuestras manos. Los primeros cristianos así lo entendieron, y dieron la máxima importancia a la “Fracción de Pan” o “Cena del señor”, que les hacía sentirse comunidad, escuchar a los Testigos, practicar la caridad, atender la misión y soportar las persecuciones. Sin ellas hubiese sido imposible lograr esa unión y esa motivación que les hizo sobrevivir y acometer la misión a la que se sentían llamados.
Pero el gran crecimiento del número de miembros de las comunidades cristianas hizo imposible mantener esta tradición, y desde la época apostólica la Cena del Señor fue sustituida por la eucaristía. Y ese cambio fue a peor; a mucho peor. La eucaristía perdió su carácter de asamblea de fieles y tomó un marcado sentido de sacrificio. Los fieles pasaron a la categoría de oyentes y aquella celebración se convirtió en un rito obligatorio so pena del infierno… Aquello parecía su fin, pero a pesar de ello, a pesar de que se celebraba en latín con el oficiante de espaldas al pueblo, a pesar de que en ella se introdujeron elementos míticos fruto de la insensatez de los teólogos, la eucaristía ha pervivido y ha sido la correa de trasmisión de la Palabra que ha hecho el milagro de hacerla llegar hasta nosotros.
Gracias a ella, hoy Jesús forma parte de nuestras vidas, y por eso nos atrevemos a afirmar que si unos la arrinconan porque ya no es obligatoria y han perdido el miedo al infierno, y otros porque no ven más allá del rito que la envuelve, los cristianos corremos el riesgo de convertirnos en grupos marginales en extinción que nada representen en la marcha del mundo.
En la eucaristía se reúnen los fieles, se confortan y se motivan mutuamente con su simple presencia, se sienten necesitados de Dios y lo manifiestan, escuchan la Palabra (posiblemente, el único sitio donde la escuchan), recuerdan el entrañable momento en que Jesús se sintió alimento del mundo poco antes de morir, rezan conjuntamente la oración que nos enseñó, comulgan con él y salen al mundo bien alimentados y bien motivados para proclamar el Reino; para ejercer de cristianos. José Enrique Ruiz de Galarreta al final de las eucaristías que él presidía solía decir: «Ya nos hemos alimentado, ahora a trabajar»… José Enrique trascendía el rito y la consideraba el corazón de las comunidades cristianas.
Sería estupendo que los cristianos nos sintiésemos necesitados de la eucaristía como nos sentimos necesitados del alimento; que al levantarnos el domingo por la mañana pensásemos “¡Que bien, hoy es domingo; hoy tengo eucaristía; voy a estar con el resto de mi comunidad, voy a escuchar la Palabra, voy a comulgar con Jesús; voy a coger fuerzas para afrontar la semana!... Y esto no es una utopía irrealizable, sino la consecuencia en una eucaristía bien celebrada que trasmita la buena Noticia y nos comprometa con ella. Como decía Lope de Vega: «Quien lo probó, lo sabe»…
Por tanto la respuesta al estado catatónico de la eucaristía no es su paulatino abandono, sino el empeño de todos en trabajar para que resulte cada vez más valorada por los cristianos. Más imprescindible. Y hay muchas cosas que mejorar para que este deseo tome visos de realidad, empezando por la trasmisión fidedigna de la Palabra. Un buen predicador llena su iglesia cada domingo… pero hay muy pocos. Es lamentable ver la poca cultura evangélica que muestran muchos de quienes tienen la misión de trasmitirla, y si la jerarquía no cuenta entre sus clérigos con el suficiente números de ellos capaces de enganchar a los fieles con una interpretación fidedigna del evangelio, que eche mano de las laicas o los laicos que son capaces de hacerlo; que hay muchos. Y quizá sea éste el camino: la participación y el compromiso.
Termino. Mirando la historia, da pánico pensar que la eucaristía pueda acabar por desaparecer, porque su papel en la vertebración de la Iglesia y la trasmisión de la Palabra ha sido decisivo. Evitarlo es tarea de todos, y por eso se me ocurre pensar que hoy que está tan de moda la sinodalidad, se podría organizar un sínodo con este objetivo específico, pero con el mismo espíritu con el que se reúne el estado mayor de un ejército para plantear una batalla decisiva.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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