SABIDURÍA 18, 6-9 / HEBREOS 11, 1-2 y 8-19
José Enrique GalarretaDomingo 19 del Tiempo Ordinario
SABIDURÍA 18, 6-9
Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban.
Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables. Pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas, y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Ya sabemos que este libro se llamaba "Libro de la Sabiduría de Salomón", y que se escribió en griego probablemente en Alejandría a finales del siglo I a.C. o principios del siglo I d.C. Su "Sabiduría", como toda la Sabiduría de Israel consiste en interpretar y aplicar a la vida diaria las Escrituras.
Este fragmento tomado de la parte final del libro hace una interpretación de la salida de Egipto. Se presenta a los egipcios culpables de asesinato contra Israel, y la acción de Dios como justo castigo de los opresores y justa protección del pueblo "justo".
Esta super-piadosa y super-maniquea interpretación muestra una concepción extraña de la acción de Dios. Ignoro por qué ha sido traído este texto a la eucaristía de hoy, y no alcanzo a encontrar ninguna aplicación aceptable, ni siquiera en relación con el evangelio.
HEBREOS 11, 1-2 y 8-19
Hermanos: la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve.
Por su fe son recordados los antiguos: por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas - y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa - mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por fe también, Sara, cuando ya se le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa. Y así, de una persona, y ésa estéril, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Es famoso este canto a la fe de los antepasados, que ocupa todo el capítulo 11, interpretando toda la "historia" de Israel, desde Abel a los profetas, mostrando su inquebrantable fe en Dios y, al mismo tiempo, lo inacabado de su esperanza, que sólo en Cristo alcanza su cumplimiento.
En realidad, todo este largo parlamento está dirigido a una conclusión, el principio del capítulo 12, pero esta será la lectura del próximo domingo.
Una vez más, la fragmentación de los textos que perpetramos habitualmente en la eucaristía les hace perder sentido y los deja incompletos y casi incomprensibles.
José Enrique Galarreta, S.J