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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

NO NOS SALVA EL DOLOR SINO EL AMOR

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Lc 22, 14 - 23, 56

Al relatar la pasión de Jesús, cada evangelista coloca sus propios acentos en aquello que le interesa subrayar. Esto explica que, a partir del hecho histórico de la muerte de Jesús, se hayan construido relatos cargados también de intencionalidad teológica.

Lucas, en concreto, pone mucho cuidado en subrayar la inocencia de Jesús: Pilato la declara por tres veces (el número tres hace referencia a la "totalidad"), Herodes lo hace implícitamente (como luego el propio Pilato explicitará) y el centurión romano al pie de la cruz lo confirma por última vez. A Lucas le interesa que la autoridad romana proclame, sin género de dudas, la inocencia de Jesús. Por eso, en el relato lucano, queda claro que los verdaderos enemigos y responsables de la muerte de Jesús son los religiosos, no los políticos. Sin duda, el interés teológico ha "modificado" en parte los hechos.

Por otro lado, Lucas presenta el "camino de la cruz" como una gran procesión litúrgica de la multitud siguiendo al Señor. La expresión "hijas de Jerusalén" abarca (y representa) a toda la ciudad o incluso a toda la nación.

En la crucifixión, Lucas es el único que pone en boca de Jesús las palabras sobre el perdón a quienes lo están crucificando, así como la promesa de vida al compañero de suplicio que se dirige a él. Suprime el grito del Salmo 22 ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"), y lo sustituye por el Salmo 31,6, que expresa una confianza más explícita ("En tus manos encomiendo mi vida").

En cuanto a los signos en la naturaleza, para el Primer Testamento, eran muestra del "día del Señor", que podía presentarse como juicio contra el pueblo. Así lo expresa, por ejemplo, el profeta Joel (2,2): "Ya está cerca el día del Señor: día de oscuridad y tinieblas, día de nubes y nubarrones, como crepúsculo que se extiende sobre los montes...". También entre los romanos se relacionaba la oscuridad con la muerte de personajes ilustres.

Pero no es sólo la naturaleza; el velo del templo se rasga: la religión queda desautorizada. A partir de ahora, sabemos que Dios no se encuentra en el templo, sino en el patíbulo de la cruz, donde un inocente es ajusticiado.

El relato termina mostrando a la multitud que vuelve "dándose golpes de pecho", expresión de dolor, de quien ha reconocido la injusticia cometida; y aludiendo a la "distancia" de sus conocidos que se quedan "mirando" lo ocurrido.

Con todo, más allá de las peculiaridades propias de cada autor, es claro en todos ellos que la muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: lo mataron porque estorbó a la autoridad.

El "descuido" grave de la tradición cristiana consistió, precisamente, en desconectar la cruz de lo que había sido la práctica concreta del Maestro. De ese modo, vino a convertirse en un valor "abstracto" en sí misma: lo que nos habría salvado sería la cruz; bastaba creer en ello, aunque se desconociera la vida histórica de Jesús.

Este planteamiento produjo, entre otras, dos consecuencias graves: el dolorismo y el doctrinarismo. El dolorismo consiste en la afirmación de que "el dolor es siempre bueno". Si lo que nos había salvado había sido la cruz, y la cruz es dolor, la conclusión se imponía por sí misma: el dolor es bueno y a Dios le agrada.

El doctrinarismo hizo del cristianismo "la religión de la cruz", y parecía que ser cristiano era más una cuestión de creer –en el sentido de creencia o doctrina- que de vivir. Olvidada la práctica de Jesús, en sus rasgos más concretos, críticos, novedosos e incluso subversivos, se instauró una nueva "ideología religiosa".

Frente a ambos riesgos –de matriz eminentemente "religiosa" y egoica-, haríamos bien en recuperar la sencillez del evangelio y la práctica de Jesús, que me parecen van en la dirección de los sabios y hermosos versos de dos grandes poetas:

 

Había un hombre que tenía una doctrina.

Una gran doctrina que llevaba en el pecho

(junto al pecho, no dentro del pecho),

una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

La doctrina creció.

Y tuvo que meterla en un arca de cedro,

en un arca como la del Viejo Testamento.

Y el arca creció.

Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.

Entonces nació el templo.

Y el templo creció.

Y se comió el arca de cedro,

al hombre y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

Luego vino otro hombre que dijo:

El que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la coma el templo;

que la vierta, que la disuelva en su sangre,

que la haga carne de su cuerpo...

Y que su cuerpo sea

bolsillo, arca y templo.

(León Felipe)

"Y más que un hombre al uso, que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno"

(Antonio Machado).

¿Qué significa, por tanto, la cruz, si tenemos en cuenta que fue el resultado cruel de una determinada práctica, de un concreto modo de vivir?

En una lectura creyente, la cruz es:

§ Expresión y consecuencia de la solidaridad con los crucificados: el Resucitado no es sólo un difunto; es una víctima.

§ Opción por las víctimas: creyentes en un crucificado, los cristianos deberíamos vibrar de un modo especial ante cualquier víctima del sistema.

§ Denuncia de un poder inhumano, religioso y político, que tortura y elimina a seres inocentes, justificando esas muertes incluso en nombre de Dios; la cruz de Jesús reivindica a todas las víctimas de cualquier poder injusto.

§ Símbolo de esperanza para quienes no tienen esperanza: siempre –aun en las situaciones más "perdidas"- hay una salida.

§ Victoria sobre el mal y la muerte: una victoria que no es mágica –no ocurre eliminando el mal-, sino que se produce en medio mismo del mal.

§ Expresión de un Dios que es Amor hasta el extremo, tal como subraya especialmente el cuarto evangelio: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna" (evangelio de Juan 3,16). La cruz es expresión de que Dios es Amor también en la negatividad de lo humano, en la desesperación y el abandono... El mal puede convertirse en bien, porque el Fondo último de lo real es Vida y Amor. Por eso, aun en medio de la sensación de abandono, es posible gritar: "Padre, en tus manos encomiendo mi vida".

§ Con todo ello, recuperamos la sencilla y profunda sabiduría del evangelio: lo que nos salva no es el dolor –el dolorismo no tiene ningún sentido-, ni siquiera la "cruz" –entendida en su materialidad-, sino lo mismo que crea: el Amor. No es la cruz lo que tenemos que buscar, sino el amor; la cruz vendrá como consecuencia.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

 

(A quien desee ahondar más en la comprensión de la cruz y de la salvación, le sugiero la lectura del libro: ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, publicado por la editorial Desclée de Brouwer; se puede adquirir también, en formato digital: http://www.todoebook.com).

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