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LA RELIGIÓN PLANTEADA COMO CUMPLIMIENTO CON DIOS"

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Lc 15, 01-32

 

A José Antonio Pagola, testigo de Jesús y de su mensaje,
en esta incomprensible e injustificable situación.

 

¿Entraría finalmente el hijo mayor a la fiesta? La parábola deja la cuestión abierta, de modo que sea el oyente o lector quien tome su propia decisión.

Lo que "perdió" al hermano mayor, rígidamente observante y cumplidor, pero más endurecido que el pequeño, fue su ignorancia y su resentimiento.

Toda su vida había estado en la "casa", pero ignoraba que "todo lo mío es tuyo". Había vivido como un siervo en casa ajena, cumpliendo escrupulosamente con todo, pero desde una idea de la "exigencia" y el "mérito". Todo lo hacía, al parecer, para conseguir "un cabrito".

Por otro lado, al vivir desde la exigencia, no podía tolerar que su hermano viviese a su antojo. Cuando se obra desde el "debería", es imposible que no surja, antes o después, la comparación y el resentimiento.

Quien vive desde la exigencia, tiende a percibirse a sí mismo como "cumplidor" y, por ese mismo motivo, a despreciar a quienes "no cumplen". La exigencia que busca el "mérito" es lo opuesto a la gratuidad.

La exigencia de ser "perfecto" creará en él una pesada "sombra", en la que recluir todos aquellos aspectos suyos que no "casan" con la imagen de sí que quiere dar. Y posteriormente la proyectará en los otros, para condenar en ellos lo que es incapaz de ver en sí mismo: se ha creado el tipo "fariseo", presente en todas las religiones que hacen del "cumplimiento" y de la "perfección" su meta.

El sujeto de la exigencia es el ego que ha creído encontrar en ese comportamiento un modo de asegurarse su "valor" (y su permanencia). "Vale quien cumple", sería su lema. Y está esperando que eso le sea reconocido en forma de "recompensas" de cualquier tipo.

En la medida en que logramos situarnos "más allá" del ego, podemos vivir la gratuidad. Y entonces experimentamos que el "premio" está en la acción misma.

Mientras giramos en torno al yo, vivimos preocupados por él y nos hallamos a su merced. Cuando lo trascendemos y emerge a la conciencia nuestra identidad más profunda –la Conciencia infinita, el "Padre" de Jesús-, entramos en el "reino de Dios", en el Presente atemporal, donde todo es de todos: en la fiesta, cualquiera que sea la trayectoria de cada cual, no falta nadie.

¿Cómo se explica que la religión tienda a producir, a partes iguales, personas cumplidoras y resentidas?

La causa habría que buscarla en el hecho de que se suele plantear la relación con Dios en clave de rivalidad. Dios y el ser humano aparecen, en el imaginario colectivo, como seres cuyos "intereses" se hallarían enfrentados.

El "conflicto de intereses" genera necesariamente rivalidad: "o tú o yo". Y todo lo que se vive así, cuando hace crisis, termina en sometimiento castrante, rebeldía militante o resentimiento amargado. En el primer caso, la persona vive negándose, de un modo infantil; en el segundo, se subleva y corta la relación (la figura del hijo menor); en el tercero, vive sometida pero, al no atreverse a cortar, va almacenando un resentimiento larvado que luego se manifestará contra los otros (el hijo mayor de la parábola).

Aquel planteamiento de base –tan común, por otro lado, en la religión- olvida que Dios no tiene ningún "interés": no es un gran Narciso que viviera reclamando pleitesía. Al contrario, si lo tuviera, su único "interés" sería sencillamente el bien de la creación y la felicidad del ser humano.

Pero hay algo más radical todavía: aquel planteamiento ha caído en la trampa de pensar a Dios como un ser separado y, por eso mismo, "enfrentado" a los humanos. Sin embargo, decir "Dios" es decir no-separación: Dios-está-en-todo y todo-está-en-Dios, y no puede ser de otra forma, a no ser que lo objetivemos y hagamos de Él un ídolo.

Cuando la religión se ha planteado como "cumplimiento con Dios" ha producido fariseísmo y resentimiento, porque había convertido a Dios en un ídolo devorador.

Jesús nunca plantea las cosas de ese modo. Para él, parece que lo importante no es ser "religioso", sino "humano". Por eso tampoco pone las bases de una nueva religión, sino un proyecto de fraternidad que denominará "reino de Dios".

Desde nuestra perspectiva, podemos entender ese "reino" como la Unidad-sin-costuras de lo Real, que ya somos, pero que todavía no reconocemos. Sólo podremos percibirla en la medida en que dejemos de identificarnos con nuestro "yo individual", como si se tratara de nuestra identidad definitiva.

Lo que llamamos "yo" es sólo una forma en la que se expresa y manifiesta la Vida que nos constituye, la Presencia infinita, la Conciencia omniabarcante, Dios... Por eso, es absolutamente cierto que "todo lo mío es tuyo". Cuando esto lo olvidamos, caemos en el orgullo resentido que nos aísla y encierra.

En todos nosotros vive un "hijo menor" y un "hijo mayor", con sus reacciones características, en vaivenes dolorosos y estériles. Pero en nosotros vive también el "padre" que, porque sabe, acoge y abraza, invita y ensancha... El "padre" es el que sabe ver la vida como una fiesta para todos.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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