HECHOS 15, 1-29 / APOCALIPSIS 21, 9-23
José Enrique Galarreta6º DOMINGO DE PASCUA
HECHOS 15, 1‑29
Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros.» Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión.
Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés.
Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto. Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos.»
Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles. Cuando terminaron de hablar, tomó Santiago la palabra y dijo:
«Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su Nombre. Con esto concuerdan los oráculos de los Profetas, según está escrito: «Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída; reconstruiré sus ruinas, y la volveré a levantar. Para que el resto de los hombres busque al Señor, y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde la eternidad. «Por esto opino yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores y es leído cada sábado en las sinagogas.»
Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, elegir de entre ellos algunos hombres y enviarles a Antioquía con Pablo y Bernabé; y estos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos. Por su medio les enviaron esta carta:
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornan-do vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz: Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.»
Hemos reproducido el texto completo. En la lectura de la eucaristía del domingo se leerán sólo dos fragmentos, el principio y el final. El tema es el centro del argumento básico de este libro, sobre todo en su primera parte.
Estamos en el año 48 o 49. La Iglesia ha sufrido ya sus primeras persecuciones: ha sido lapidado Esteban (año 36-37), y ha sido decapitado Santiago el hermano de Juan (año 43-44). La Iglesia se extiende más allá de Palestina, y se ha predicado ya a los paganos, que aceptan la fe.
Surge en este momento un tema crucial: si los paganos han de convertirse al judaísmo y cumplir la Ley de Moisés para poder pertenecer a la Iglesia. Pablo y Bernabé han encontrado este problema en Antioquía, y lo llevan a los Apóstoles, a Jerusalén. Esta reunión suele llamarse el Concilio de Jerusalén, y es de suma importancia. De ella saldrá la formulación definitiva: los cristianos no son una rama, una secta del judaísmo. Los paganos entran en la Iglesia de Jesús, no en la Ley de Moisés.
El significado profundo del tema es definitivo: Jesús no culmina sin más la Ley de Moisés. Se invierten los términos: no es que la Antigua Ley llega a su plenitud, sigue vigente, se extiende a todo el mundo. Es que la prehistoria acabó, que lo transitorio desaparece ante lo definitivo. Son los judíos los que se han de convertir a Jesús, no los paganos los que se han de convertir al judaísmo.
Así, el cristianismo tiene menos raíces en el Antiguo testamento que en la novedad de Jesús, La Palabra. A veces no tenemos esto en cuenta suficientemente: no hay que entender a Jesús desde el Antiguo Testamento; hay que entender el Antiguo Testamento desde Jesús. Con razón podrá decir Juan, en el Evangelio y en las cartas: "Nadie ha visto jamás a Dios, pero el Hijo nos lo ha dado a conocer".
Se narra, pues, en este texto, el nacimiento de una conciencia distinta en la Iglesia. Aquella primera comunidad toma conciencia de lo que es. Los promotores son Pablo y Bernabé, que no son del grupo originario de Los Doce. Pedro consigue que la Asamblea les escuche. Santiago da el empujón definitivo, y es la Asamblea en pleno la que acepta. Es muy impresionante comprobar cómo funciona aquella primera comunidad, cómo ejercen la autoridad y el magisterio los apóstoles.
Pero debemos hacer alguna consideración que sugieren frases concretas del texto.
Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión.
Las primeras comunidades no son tan idílicas como a veces se nos han presentado. Disensiones, acaloradas discusiones... Y la manera de solucionarlas es acudir a la comunidad de Jerusalén. ¿Por qué? Porque ahí están los Testigos, la fuente de la Tradición. Ésta es la garantía de la credibilidad, de la fidelidad a Jesús (como será la garantía de la credibilidad de los evangelios, escritos recogiendo la predicación de testigos, para ser proclamados en comunidades en las que todavía hay testigos. Ante un colectivo de testigos no se pueden falsificar los hechos)
Ellos, pues, enviados por la Iglesia, ... Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros...
La iglesia de Antioquia envía, la iglesia de Jerusalén recibe. Dichosos tiempos en que el protagonista es la comunidad.
Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés.
Hay "sectas" en la comunidad de Jerusalén. Los fariseos que se unen al movimiento de Jesús siguen pensando como fariseos, observantísimos de la Ley. Convertirse no es cambiar de manera de pensar de la noche a la mañana. Es iniciar un camino de conversión. Y estos fariseos que siguen a Jesús tienen aún por delante un largo camino de conversión.
Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto. Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo:
Para resolver un problema, reunión. ¿Para qué hace falta reunirse? ¿No está allí Pedro, el "Vicario de Cristo"? ¿Es que Pedro no tiene los mismos poderes, la misma asistencia del Espíritu Santo que los Papas actuales? ¿Qué necesidad tienen los Apóstoles de preguntar nada a los presbíteros? Me recuerda a la misma situación de Juan XXIII al convocar el Concilio Vat II. Y los comentarios que surgieron: ¿Para qué un concilio? ¿No es el papa infalible?...
Y hay una larga discusión, lo que indica que hay pareceres apasionadamente diferentes. ¿Se puede disentir de la Cabeza de la Iglesia?
Pero, atención, Pedro va a hablar. Y quiero imaginarme lo que va a decir, antes de oírlo. Va a decir sin duda lo siguiente: "Habiendo escuchado vuestros pareceres, hermanos, Nos, por la autoridad que nos ha confiado el mismo Cristo, decidimos, definimos y ordenamos que ....". Pero Pedro no dijo eso:
«Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos. »
Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles
Sorprendente: Pedro da su opinión. Y la cuestión no queda zanjada; simplemente, se ha oído una opinión autorizada – la autoridad de Pedro es innegable, pero no la ejerce con poder – y se callan las discusiones (que parecen ser acaloradas y un tanto caóticas) para escuchar a Pablo y Bernabé.
Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles.
Y ahora, una vez más, oídas las opiniones, el Papa decidirá sin duda ...
Cuando terminaron de hablar, tomó Santiago la palabra y dijo: «Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su Nombre. ... Por esto opino yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores y es leído cada sábado en las sinagogas.»
¡Santiago!, el "hermano del Señor", el que quedará en el futuro como cabeza de la comunidad de Jerusalén. Y también da su opinión. Resumiendo: está presente el Papa y el Obispo de la iglesia de Jerusalén, y los dos opinan ante la comunidad. ¿Consideran que el juicio, la decisión final, corresponde a la asamblea, a la comunidad?
Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, elegir de entre ellos algunos hombres y enviarles a Antioquía con Pablo y Bernabé; y estos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos.
Deciden los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia. Deciden dos cosas: enviar un mensaje a la iglesia de Antioquia y deciden elegir (no designar, no simplemente nombrar) dos mensajeros para enviarlos a Antioquia.
El mensaje por otra parte es una componenda entre la intransigencia de los fariseos y la absoluta libertad que piden Pablo y Bernabé. Los cristianos que vienen del paganismo no tienen que circuncidarse, pero deben alejarse netamente de todo lo que suene a culto de los ídolos.
Y este modo de tomar decisiones les deja tan satisfechos, sienten con tal evidencia que han actuado conforme al espíritu de Jesús, que pueden afirmar:
hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros ...
La comunidad busca la inspiración del espíritu, y ha actuado con toda sinceridad y con total deseo de actuar conforme al Espíritu de Jesús.
Y se despiden con la fórmula menos impositiva que cabe pensar:
Haréis bien en guardaros de estas cosas.
Todo esto encierra lecciones que pueden sernos muy útiles:
1.- En las primeras iglesias, el sujeto primero, el protagonista, es la comunidad. Es la comunidad la que toma decisiones, aunque estén presentes en ella los dirigentes, incluso apóstoles, incluso Pedro.
2.- Pedro es una persona respetada, tiene "autoridad", pero no la ejerce como poder, no impone, no decide. Ésta será una constante en la actuación de pedro según se presenta en Hechos. Que yo sepa, en todo lo que se narra en el libro Pedro no toma más que una decisión: entrar en casa de paganos, bautizarles y comer con ellos alimentos prohibidos por La Ley (cp 10). Pero al volver a Jerusalén, la comunidad se lo reprocha, tiene que dar explicaciones, y las da.
3.- Las formas jerárquicas y sus modos de actuar que hoy en día existen en la iglesia pueden ser convenientes, necesarias, oportunas... pueden serlo; pero no pueden pretender que sean continuación de las que vemos en las iglesias de Hechos. No fueron establecidas tal cual por Jesús mismo, sino han resultado así respondiendo a las necesidades de los tiempos. Repito, quizá sean acertadas, quizá hasta podamos decir que hayan sido inspiradas por el Espíritu, pero no son una institución que proceda del mismo Jesús, puesto que la primera Iglesia funcionó de otra manera. Quizá lo más significativo de nuestras diferencias con ellas es el protagonismo de la comunidad entera, la constante referencia a la reunión de ésta para tomar decisiones, y el modo de ejercer su autoridad de "las columnas de la Iglesia".
4.- Sería completamente ingenuo pretender que nuestra Iglesia y nuestras iglesias funcionasen según los modelos que vemos en Hechos. Unas comunidades tan numerosas, viviendo en un mundo tan diferente, no pueden adoptar modos concretos de aquellas comunidades, pequeñas, dispersas, enfrentadas a problemas que no son los nuestros. Pero sí tenemos la obligación de mirar a aquellas comunidades, a sus modos de proceder y de resolver los problemas, para descubrir hacia dónde apunta el Espíritu de Jesús, y hacer todo lo posible para ajustarnos a ese espíritu, y para que nuestras formas actuales no se sacralicen sino que estén dispuestas a cambiar según ese mismo Espíritu.
APOCALIPSIS 21, 9‑23
Entonces vino uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me habló diciendo: « Ven, que te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero.»
Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce Ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas. La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.
El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad es un cuadrado: su largura es igual a su anchura. Midió la ciudad con la caña, y tenía 12.000 estadios. Su largura, anchura y altura son iguales. Midió luego su muralla, y tenía 144 codos ‑ con medida humana, que era la del Ángel ‑. El material de esta muralla es jaspe y la ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro. Los asientos de la muralla de la ciudad están adornados de toda clase de piedras preciosas: el primer asiento es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista.
Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla; y la plaza de la ciudad es de oro puro, transparente como el cristal. Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.
La visión de Juan representa la Iglesia definitiva, la definitiva humanidad triunfante con el triunfo de Dios, bajo la imagen de una ciudad fabulosa y perfecta. Es un regalo de Dios, una ciudad inexpugnable y magnífica, llena de elementos simbólicos. No hay templo, toda la ciudad es templo. No necesita luz, porque Dios está allí.
Es una imagen para soñar. La Iglesia que ahora vemos, la humanidad entera, va hacia el triunfo en Dios, hacia su presencia, por la fuerza de su gracia. Es un final de esperanza, cuando todo el mal y la oscuridad y el pecado hayan sido definitivamente vencidos.
José Enrique Galarreta, S.J.