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DEJARLO TODO Y SEGUIRLE

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Mc 1, 14-20

El Evangelio de Marcos comienza (Cap 1, 1-14) con la predicación de Juan Bautista y el Bautismo de Jesús. Parece indicar que cuando arrestan a Juan, Jesús "toma el testigo", y empieza a predicar por su cuenta. Sin embargo, no todos los especialistas están de acuerdo con esta interpretación. Sí lo están en que Jesús, después de su bautismo y la cuarentena en el desierto, se va a Galilea, donde comienza su anuncio del Reino. Inmediatamente después viene el texto que consideramos hoy. Su tema es el comienzo de la predicación de Jesús y el llamamiento de los primeros discípulos, las dos parejas de hermanos.

Todo ello en el contexto de "los últimos tiempos", es decir, la llamada es porque "ya está aquí el Reino de Dios" y hay que dedicarse a él, tema al que se alude en la carta de Pablo, de manera muy dramatizada, es decir, en el contexto de "el fin del mundo está cerca", que es como se entendió por algún tiempo esta idea.

Así pues, se nos recuerda un tema esencial: somos la Iglesia, invitados por Jesús para anunciar el Reino, invitados a "seguir a Jesús dejándolo todo". Esta frase ha sido la que ha permitido una interpretación restrictiva: el llamamiento es "para los que lo dejan todo", los religiosos, los frailes... Los demás (incluidos los sacerdotes seculares) no están llamados a dejarlo todo.

¿Habrá que recordar que tienen que pasar aún siglos hasta que aparezcan los frailes, los que lo dejan todo? El llamamiento es para los cristianos, para la iglesia, y por tanto ¿qué es dejarlo todo, eso a lo que estamos llamados todos los cristianos?

Ser cristiano significa aceptar la Misión, movidos por la fe en Jesús. La Misión es que los hombres sepan quién es su Padre, vivan como Hijos, luchen contra el mal. El punto de partida es "eres Hijo". El resumen final es "tuve hambre y me disteis de comer".

Aceptar esto es enrolarse en una tarea exclusiva. Vivimos para el Reino. Todo lo demás es tirar la vida, puesto que termina en la muerte. Pero no sólo como cualquier ser humano, sino más, porque nosotros no somos la Iglesia sólo porque sabemos para qué vale vivir, sino porque hemos recibido la misión de anunciarlo.

Esta fue una oferta: "si quieres... déjalo todo y ven, sígueme". Para salvar la vida basta con guardar los mandamientos. Ser cristiano es seguir a Jesús, convertirse en Salvador, vivir para eso.

Esto significa que ponemos al servicio de la Misión todos los talentos recibidos, porque para eso se nos han dado. Se nos ha podido dar inteligencia, o comprensión, o dinero, o influencias, o habilidades, capacidades, enfermedades, defectos... Todo para el Reino, nada para el simple disfrute: todo son talentos para servir. Esta es la renuncia. No se trata de que el listo se haga tonto ni el rico pobre ni el sano enfermo. Se trata de que ponga a trabajar su talento, su dinero, su salud, para el servicio, para la Misión.

Hay sin embargo dos situaciones en las que se nos puede pedir una renuncia efectiva. La primera, cuando tenemos algo que no es para el Reino, o que no puede serlo. En este campo están nuestros pecados: hay que librarse de ellos: estorban al Reino. Y las cosas inútiles, que no valen y por tanto estorban.

La segunda, la vocación especial. Dios invita a algunos a renunciar, a ser testigo viviente de la renuncia: renuncia a la posesión, al matrimonio, a la libertad... Y esto, en forma institucional, "oficial" de la iglesia, o como carisma personal. Son "testigos del Reino", recordatorios vivos del espíritu que debe animar a todos.

En la línea de "dejarlo todo", tendemos a engañarnos. Tendemos a decir "Dios a mí no me pide...." ¿Cómo lo sabes? Y tendemos a estancarnos, a mantener nuestro mismo estado. Lo cristiano es escuchar constantemente la Palabra. Es peligroso, porque Dios siempre pide más: es su forma de dar, porque siempre pide que nos liberemos de una esclavitud, y así, cuando le damos, nos liberamos.

Todo cristiano, y la Iglesia entera, la humanidad entera, están en camino hacia su propia libertad, trabando por la liberación de todos. El trabajo es mucho, los obreros son pocos: al menos, que los obreros sean válidos, que no tengan las manos atadas por sus esclavitudes.

Pero todo esto tiene, ante todo y como clima, una lectura gozosa: Buena Noticia, Tesoro. La Buena Noticia es que "esto es el Reino", "el Reino está aquí", "estamos en el Reino". El Reino no es un añadido, un esfuerzo adicional de ásperos ascetas, algo reservado a santos, sabios o místicos: mi vida es el Reino, lo que hago es lo que espera Dios de mí.

Los humanos nos levantamos, nos lavamos, nos vestimos, desayunamos, cuidamos de los hijos, trabajamos, estamos con los amigos, nos esforzamos, reímos, sufrimos.... Y la preciosa revelación, la estupenda Noticia es que esto, no otra cosa rara, es el Reino, la Misión, lo que puede ser válido para siempre, lo que se espera de nosotros.

Esta es la revelación, quitar el velo que oculta el valor de todo lo que hacemos. Nos han engañado y nos hemos dejado engañar: como si el Reino fuera un misterio sagrado perteneciente a los manejadores de los misterios: la vida es el reino, lo que hago todos los días es mi misión.

La Buena Noticia es que eso mismo que hago no es vulgar, no es mediocre, no es sin sentido: es la obra de Dios, la parte de la obra de Dios que me han confiado a mí.

El engaño consiste en hacernos creer que la vida es profana, que se termina, que hay que hacer otras cosas por el Reino. La Revelación es quitar ese engaño, descubrir el valor, el sentido de todo lo que estoy haciendo y, por tanto, sentirme motivado, ilusionado en hacerlo muy bien, porque es la obra de Dios, mi contribución al Reino.

 

José Enrique Galarreta

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