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COMPASIÓN: EL CAMINO DE JESÚS

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Lc 10, 25-37

"Anda, haz tú lo mismo". En algo tan práctico y concreto se sintetiza todo el mensaje de Jesús. No hay grandes conceptos ni elaboradas teorías. El suyo es un mensaje centrado en la práctica, y en una práctica amorosa y compasiva.

Se dice, con razón, que la compasión constituye el test que verifica la autenticidad del camino espiritual. No solo eso. Se trata, también, de una opción que, a la vez que es sumamente eficaz para desegocentrarnos, no nos engañará.

El Popol-Vuh, o Libro del Consejo, de los mayas, advertía sabiamente: "Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca".

En nuestras discusiones teóricas podemos perdernos con facilidad, aun cuando creemos que brotan de la experiencia. Quien vive la compasión auténtica –que no sea un sucedáneo, o una compensación de cualquier otra cosa-, siempre acierta.

Todo el camino espiritual –así como la propia práctica meditativa- quiere conducirnos a la experiencia de nuestra verdadera identidad, desenmascarando la falsedad del ego.

A ello nos ayuda, sobremanera, el hecho de ir educando la atención progresivamente, para ser dueños de ella. A ello contribuye también eficazmente la práctica de observar la mente y todos sus contenidos, situándonos en el Testigo hasta familiarizarnos con él: en este primero momento, ya venimos a descubrir que no somos el yo observado, sino el Testigo que observa.

Pero a ello nos ayuda también –y este es el camino "más propio" de Jesús- la vivencia del amor y la práctica de la compasión. Quien se entrega a los otros, necesariamente va saliendo de su ego, que deja de ser el centro, y empieza a vivirse desde una consciencia mayor.

Albert Einstein lo expresaba de este modo: "Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos".

Decía que la práctica de la compasión constituye el camino "específico" de Jesús, aunque es cierto que todas las tradiciones espirituales, de un modo u otro, insisten en él.

La compasión nace de la consciencia de que todos constituimos una unidad. Por eso, a no ser que haya bloqueos psíquicos de diferente tipo, vibramos ante el dolor ajeno y nace en nosotros un movimiento a socorrerlo.

Eso es precisamente lo que significa la compasión en el evangelio: la vibración profunda ante el otro –"conmoverse en las entrañas"- que desencadena una acción eficaz en su servicio. Ello requiere una sensibilidad limpia –no congelada, ni endurecida- y una capacidad de amar que se va liberando.

Pero el "fundamento" último de la compasión no pertenece al orden de la moral, sino de la misma realidad. Y ahí es justamente donde lo sitúa Jesús. El Misterio último de lo Real es Bondad Y Compasión, como el propio maestro de Nazaret expresaba: "Amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio... Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo" (Lc 6,35-36).

Y cada cual puede experimentar, mientras está ahí, en su verdadera identidad, y no atrapado en el ego, la verdad de las palabras de Lev Tólstoi: "A un gran corazón ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa".


Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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