LA ÚNICA CERTEZA
Enrique Martínez LozanoLc 21, 5-19
El relato, posterior a los acontecimientos –aunque luego se pusieran esas palabras en boca de Jesús-, presenta un cuadro caracterizado por la destrucción del templo (ocurrida en el año 70, tras la invasión de los ejércitos romanos), un escenario de guerras, la aparición de falsos mesías y la persecución de los discípulos de Jesús incluso por la propia familia.
Todo ello, en efecto, es una especie de "retrato" de lo ocurrido. No es difícil imaginar la precaria situación de aquellas primeras comunidades, que se situaban todavía dentro de la órbita de la religión judía, como una línea más dentro de ella.
Ven cómo el país es asolado y el templo de Jerusalén destruido por completo. El propio judaísmo está en trance de desaparecer. Y cuando empieza a reconstruirse a partir de la asamblea de Jamnia, sobre la base de los fariseos, los seguidores de Jesús quedan excomulgados y empiezan a ser perseguidos.
En tal situación de caos, no debía ser fácil mantener la fidelidad ni la confianza. Y es probable que miembros de las comunidades marcharan detrás de alguno de tantos "mesías" que proliferaban en aquellos años.
Frente a esos riesgos quiere alzarse esta narración. Al poner en palabras de Jesús la descripción "anticipada" de lo ocurrido, quieren fortalecer la confianza de sus comunidades, haciéndoles notar que no sucedía nada que no estuviera ya previsto y anunciado.
Y, aminorado el miedo, lleva la insistencia a dos puntos: por un lado, a la confianza de saberse acompañados por la presencia del propio Jesús, que les dará palabras adecuadas y sabiduría con que hacer frente a los tribunales. Y, por otro, a la perseverancia en medio de la crisis, con una imagen que garantiza toda seguridad: "Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá".
La metáfora de los cabellos de la cabeza apunta a la mayor certeza en la que podemos apoyarnos siempre: quienes realmente somos no puede ser afectado negativamente por nada. Lo que somos se halla a salvo de todo peligro. Porque, en última instancia, no es diferente de Lo que es.
Puede verse afectado todo lo que es impermanente. Todo sin excepción, en el mundo de las formas, se ve sometido a cambios constantes, y todo se da acompañado de su polo opuesto. Sin embargo, más allá de las formas, todo ES.
Puede que la persona religiosa se abra conscientemente a la presencia de Jesús; en realidad, en él, está conectando con Lo que es, más allá de lo que percibimos por los sentidos y por la mente. La persona creyente, si no hace de Dios un ídolo a su medida, al abrirse a Él, se está anclando en el Misterio último de lo Real, con quien se descubre no-separada, y donde percibe que todo está a salvo, todo está bien.
Pueden darse guerras, epidemias, persecuciones... Si mantenemos la consciencia de nuestra verdadera identidad –no el ego amenazado de muerte por todo ello, sino la Consciencia una-, nos sentiremos en todo momento "salvados".
Enrique Martínez Lozano