PADRE / HIJO: LAS DOS CARAS DE LO REAL
Enrique Martínez LozanoMt 3, 11-17
Los relatos evangélicos asocian el inicio de la actividad pública de Jesús al hecho de ser bautizado por Juan. Como si ese acontecimiento marcara un punto de inflexión significativo en la vida del maestro de Nazaret. Al mismo tiempo, tienen que encontrar una explicación frente a los discípulos del Bautista que, apoyados en este hecho, afirmaban la superioridad de su propio maestro con respecto a Jesús.
Mateo se remite a algún designio divino, no sin antes poner en boca del propio Juan su sumisión: "Soy yo el que necesita que tú me bautices". Con esta aclaración, inducida por la polémica entre los discípulos de uno y otro, el relato se centra en la proclamación por la que Jesús es presentado como el enviado, el "hijo amado".
La proclamación va acompañada de rasgos característicos de una teofanía: el abrirse el cielo, la imagen de la paloma y la voz de lo alto. Todo ello para indicar que es Dios mismo quien irrumpe en la persona de Jesús, a quien presenta como hijo amado, habitado por el Espíritu.
Si todo ello lo leemos desde el nivel mental, no hay nada más que añadir: el Hijo de Dios viene a salvar nuestras almas.
Pero la evolución de la consciencia nos ha hecho percatarnos de nuevos datos que ya resulta imposible ignorar. Entre ellos, por lo que se refiere a esta cuestión, dos:
1. El yo es únicamente una ficción mental; nuestra confusión y sufrimiento se derivan del hecho de habernos reducido a él; por tanto, no hay que "salvar al yo", sino aprender a "liberarnos de él" (en el sentido de no considerarlo como nuestra identidad).
2. Existe un modo de conocer previo al mental y más rico que él: el modelo no-dual. Pues, como afirma el psicólogo Giorgio Nardone –autor del libro "Pienso, luego sufro"-, "es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo". Leído el texto desde el modelo no-dual, el horizonte señalado en el texto se amplía radicalmente: cada uno, cada una de nosotros somos, en realidad, el "hijo amado" del que se habla ahí.
"Hijo/a amado/a": he ahí uno de los nombres de nuestra identidad, aquella que compartimos con todos los seres. Pero el término "hijo" no hace referencia a una realidad supuestamente separada de otra a la que llamaríamos "padre" –ese es el lenguaje mental-, sino que se trata de una Realidad única, en su doble cara: de hecho, "padre" e "hijo" únicamente pueden darse en una misma relación; cada uno de ellos "hace posible" al otro.
Dicho de un modo más simple, la palabra "Padre" quiere designar al Fondo invisible y único de todo lo que es; la de "Hijo" alude a lo visible y manifiesto.
Por decirlo con palabras poéticas de Javier Melloni, se trata de "la Profundidad originaria (Padre-Madre) de las aguas dándose en el Hijo, el Hijo-Cuenco recibiéndose desde el Fondo que lo engendra continuamente para retornar a él por flujo incesante del Viento-Espíritu. No estamos sino en este único y mismo Fondo. Participamos de él como oleaje experienciándose en nosotros. A través de nuestra existencia retornamos a la Fuente que se vierte en el Mar de donde proviene" (J. MELLONI, Sed de Ser, Herder, Barcelona 2013, p.20).
Y continúa el mismo Javier de una manera hermosa: "En cada acto verdadero damos a luz a Aquel que nos ha dado a luz para que lo manifestemos. El Mar se expresa en sus olas. Las olas hacen visible el Mar. Al dejar salir lo más genuino de nosotros, dejamos al mar ser ola en nosotros" (Ibid. p.84).
En nuestras "formas" concretas, históricas y temporales, somos manifestación y expresión de aquel Fondo que, simultáneamente, constituye nuestra identidad más profunda. Con razón se habla de "intimidad divina": no cabe ninguna separación ni distancia; somos, a la vez, la ola y el Océano. Y así nos percibimos en nosotros mismos: como "ola" cuando nos pensamos; como "Océano" cuando, sencillamente, aquietamos la mente y atendemos en el no-pensamiento.
Nos pensamos como "hijos/as amados/as", permanente y amorosamente sostenidos en el regazo de Aquel que nos vive –y al que podemos llamar "Padre/Madre" o "Tú"- y que se vive a través nuestro.
Y nos re-conocemos –ya sin apego egoico- como aquel mismo Fondo que identifica a todo lo que es. En esta experiencia, saltan todas las barreras y separaciones y, con ellas, todo miedo y toda soledad.
Para experimentarlo, solo se requiere acallar la mente. Sin esto, veremos únicamente sombras, y seguiremos sumidos en la ignorancia básica y, por tanto, en el sufrimiento.
Enrique Martínez Lozano