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Libro de la biblia

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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

LUMINOSIDAD Y TRANSPARENCIA

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Mt 17, 1-9

Pudiera ser que este llamado relato de la "transfiguración" fuera, en su origen, un relato de aparición del Resucitado. Posteriormente, se habría reelaborado para transformarse en una declaración mesiánica: Jesús, avalado por las Escrituras judías, representadas en las figuras de Moisés ("la Ley") y Elías ("los Profetas"), es presentado como "Hijo amado" de Dios. Todo él es transparencia y luminosidad.

Nos viene bien que alguien nos recuerde que, aun en medio de sombras de todo tipo, somos luminosidad. Que, detrás de unos comportamientos con frecuencia obtusos, seguimos siendo transparencia.

Eso es lo que los cristianos –y quizás también quienes no lo son- reconocemos en Jesús: él es el "espejo" nítido en el que vemos nuestra identidad profunda. Y esa identidad es luz y transparencia.

No es casual que los humanos, aun perdidos a veces en las tinieblas de nuestra inconsciencia, añoremos la luz. Tampoco lo es que, incluso en las acciones más complicadas y cuestionadas, tratemos de justificar nuestra transparencia.

Una y otra responden a lo que somos; por eso mismo, nos resultan irrenunciables. ¿Qué impide que podamos percibirlas en nosotros y en los demás?

La oscuridad y la opacidad son el resultado de nuestra identificación con la mente y, en consecuencia, con el ego. La mente, por su propia constitución, no puede ver más allá de los objetos; el ego, por su misma estructura, no puede funcionar sino por la apropiación.

Ambos mecanismos –objetivación y apropiación- reducen, oscurecen y velan lo real. Lo único que ofrecen es una caricatura en cierto modo onírica, haciéndonos creer que la realidad es tal como ahí se nos muestra. Mientras dura nuestra identificación con ellos, permanecemos dormidos, asumiendo como real lo que únicamente es un sueño.

De un modo similar a como, al salir del sueño nocturno, advertimos la luz que disipa las pesadillas que habíamos tomado como absolutamente reales, al despertar de la identificación con la mente, percibimos la Luz de lo que es.

Lo que es, es luminoso, transparente, sencillo, dulce, verdadero... Pero, para percibirlo, necesitamos despertar. Y eso implica y significa, a la vez, vivir anclados en nuestra verdadera identidad.

Más allá del yo –esa pequeña creencia ilusoria a la que habíamos tomado como nuestra identidad, y que nos hacía vivir a merced de sus vaivenes, ilusiones y desengaños-, accedemos a un "lugar" siempre estable, sólido y permanente, donde nos reconocemos como Presencia inefable.

Nuestra mente queda desconcertada porque no puede pensarlo. Nuestra sensibilidad puede incluso alterarse porque, de entrada, se nos muestra como "vacío" que asusta y que nos quita anteriores supuestas "certezas". Pero el "lugar" sigue ahí, siempre disponible. Y descubrimos que ese Vacío solo asusta cuando no se ha experimentado; al saborearlo, se muestra como lo que es: Plenitud y descanso.

Ese lugar es luminosidad y transparencia. Y desde él todo queda transfigurado. En realidad, no es que las cosas se transfiguren, sino que, más exactamente, vemos en todo la Verdad, la Bondad y la Belleza de lo que es.

Si todo se ventila, pues, en la experiencia de esa identidad profunda, que se halla siempre a salvo de cualquier circunstancia, la pregunta brota por sí sola: ¿cómo podemos acceder a ella?

Y, de entrada, nos topamos con la paradoja: no hay nada a lo que acceder porque ya lo somos. Cualquier camino de búsqueda no haría sino alejarnos de ella.

Por eso, no hay nada que lograr, nada que alcanzar, sino... todo que soltar. Dejamos caer todo aquello que podamos pensar o delimitar, ya que todo ello no serían sino objetos mentales. Vamos cambiando el pensamiento por la atención desnuda. Notaremos que solo queda una única cosa: la consciencia de ser, como un estado de presencia permanente que, si nos damos cuenta, veremos que nos ha acompañado desde siempre.

Por eso, como sugería Nisargadatta, "simplemente abandona lo que no es tuyo, y encuentra lo que nunca perdiste: tu propio ser". O en palabras de Eckhart Tolle: "Di «soy» y no añadas nada. Sé consciente de la quietud que sigue al «soy». Siente tu presencia, el Ser desnudo, sin velos, sin vestiduras".

Eso único permanente es lo que somos. Y eso es luminosidad y transparencia. Eso está siempre a salvo. Como se halla a salvo el oro cuando se funde la forma de pulsera que le habían dado; como se halla a salvo el agua, cuando la ola se deshace por completo. No somos la forma; no somos nada cambiante, sino la realidad permanente que constituye todo lo que es.


Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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