EL ICONO TRINITARIO DE RUBLIOV
Vicente Martínez"Los tres son uno. ¿Cómo? ¿Tú lo sabes?
No lo sé. Sólo Él sabe lo que Él es"
(Maestro Eckhart)
15 de junio, Santísima Trinidad.
Jn 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna.
En su peregrinación por el desierto, los judíos buscan la conquista de la liberación y la esperanza, que culmina en el encinar de Mambré. Una búsqueda en la que el hombre sigue empeñado en su perenne vagar por los interminables desiertos de la vida. Como para Abraham y Sara late siempre una referencia: Dios Uno y Trinitario.
El monje medieval ruso Andréi Rubliov forjó los hechos en su Teofanía en el encinar de Mambré. Los tres ángeles del icono prefiguran la Trinidad. La paleta del artista nos invita a meditar sobre tan sublime Misterio. Dios –compasivo y paciente, rico en bondad y lealtad (Éx. 34, 6)- se revela al hombre y desea encontrarse con él, pero el arcano sólo se desentraña y manifiesta su significado cuando las criaturas hacen una auto-revelación. Es decir, cuando le descubren en el interior de si mismas.
Pero para que todo esto se haga realidad es preciso una gran apertura de mente y de corazón. De lo contrario nos puede suceder lo que Lope de Vega manifestó de él en uno de sus sonetos más conocidos:
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuanto amo llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos –respondía-,
para lo mismo responder mañana!
Dioses trinitarios los ha habido en casi todas las religiones: Sin, Shamash e Ishtar en Asiria, Osiris, Isis y Horus en Egipto. El Cristianismo asumió también este arcaico mito del que, como de tantos otros, nos interesa hoy, no el andamiaje apologético, sino su significado pastoral de forma de vida.
La Iglesia es una comunidad de personas cuyo reflejo veía el Vaticano II en el Misterio Trinitario. Una comunidad que auto-regula el comportamiento de sus miembros y cuyas decisiones son siempre colegiadas. La triada angélica de Rubliov nos lleva a la puerta interior de la reflexión. A comprender un modelo de lo que deben ser las relaciones humanas, a que aceptemos su permanencia en nosotros, en medio de nosotros, en la comunidad, como gracia (el Padre), comunión (el Hijo), amor (el Espíritu Santo).
Tres en uno, de los que el Maestro Eckhart nos advierte que no sabemos nada, que sólo Él sabe lo que Él es. Y así nos vamos ciegos y sordos a su encuentro. A degustarnos en Él quebrando la oscuridad de los sentidos. La exclamación de San Agustín en su libro Las Confesiones nos esclarece esta andadura.
EXCLAMACIÓN DE SAN AGUSTÍN
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serian. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti y siento, hambre y sed, me tocaste, y abráseme en tu paz.
San Agustín
Vicente Martínez