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Libro de la biblia

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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

NI AGUA NI PAN

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Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Tres símbolos de nuestras necesida­des más fuertes (agua, luz, vida) y de cómo Jesús puede llenar­las.

Tres aguadores y tres tipos de agua

Las lecturas del próximo domingo hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía millones de personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua.

En el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente.

Aparentemente, el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior.

Interpretación histórica y comunitaria

Quizá la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C. los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto («el que tienes ahora no es tu marido») sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Pero el relato destaca el importante papel desempeñado por una mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona de Jesús.

Interpretación individual

Hay dos detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal. El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua; al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. No necesita esa agua, Jesús le ha dado una distinta, que se ha convertido dentro de ella en un manantial. El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza, y de su costado brota sangre y agua (Juan 19,34). El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él, de esa persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero que siente una sed distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él.

Ni agua ni pan

Un último detalle sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra agua. Buen motivo para examinarnos sobre de qué tenemos hambre y de qué tenemos sed.

 

José Luis Sicre

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