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NO SÉ CÓMO AMARTE

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Cartas de María Magdalena a Jesús de Nazaret, Mensajero

Mi primera respuesta fue de emoción apasionada, que iba creciendo a medida que P. M. Lamet recreaba la historia de María de Magdala, maltratada por su padre y por su entorno, sin más salida que dejar su casa y mantener la vida (su vida) con la moneda de opresión y compra-venta de su cuerpo, por simple y supremo afán de supervivencia, cumpliendo el primer mandamiento de Gen 1-2: vivid… (ella no pudo cumplir el segundo, y multiplicaos, porque mujeres de su condición no tienen hijos, pues no encuentran hombre ni amor para tenerlos).

Pero no encontré un "momento interior" para escribir una reseña de esta “novela”, porque me considero amigo de P. M. Lamet (y es difícil escribir de los amigos), y porque he vivido y vivo inmerso, desde hace muchos años, en la trama religiosa y literaria de María Magdalena, la mujer que el evangelio presenta como “amiga” de Jesús, en la línea del “discípulo amigo” (varón o mujer), a quien la tradición de Juan y después el conjunto de la Iglesia ha identificado al menos veladamente con uno de los “doce” apóstoles, varones enviados a predicar el evangelio.

No tenía distancia ante Pedro Miguel ni ante su tema... y he dejado que pasaran los meses antes de ponerme a comentarla, pero ahora, de pronto (8.2,17), día internacional de la mujer trabajadora, he sentido el impulso de volver a leerla, entrando en su trama interior de mujer amante. Ciertamente, el buen trabajo define a la mujer, pero más le define el buen amor, su capacidad de ser amada.

Así he dedicado a María de Magdala, con P. M. Lamet (y en el fondo con Jesús de Nazaret) las mejores horas de esta repentina primavera de Castilla, con los prunos en flor, con los jacintos amorosos y las yemas abiertas del lilar del patio.

Una de las promesas de esa primavera 2017 ha sido de nuevo el libro de P. M. Lamet sobre María Magdalena, y quiero presentarlo, como lectura gozosa del tiempo de Pascua que llega, tiempo propicio para iniciar el camino del amor.

Esta María Magdalena de P. M. Lamet empieza diciendo no sé cómo amarte.... pero a medida que vamos leyendo descubrimos que ella sabe y que nos enseña a amar, si es que así queremos, y nos enseña a descubrir y revivir la primavera, preparando, con las flores tempranas de la imagen, la Gran Flor de Pascua, que el Cristo del Amor, a quien amamos, sin saber nunca amarle del todo, desde este lado del río de la vida.

Gracias, Pedro Miguel, por el libro... gracias contigo a la editorial Mensajero, por haberlo publicado así, de forma profesional y amorosa, para que podamos descubrir una de las caras más brillantes de ese poliedro del Amor que es el Cristo de María Magdalena, el Cristo de millones y millones de personas que decimos con ella "no sé cómo amarte", y al decir, seguimos caminando, pues el mismo amor nos hace capaces no sólo de trabajar, sino también de vivir buscando en esperanza, atraídos por el mismo Amor.

María Magdalena, una mujer de la primera tradición de la Iglesia

Esa misma tradición de la Iglesia, a partir de Jn 19, 19, 25-27 (que recrea los datos de Mc 15, 40-41 par.) ha situado ante la cruz a las dos marías (la madre de Jesús y la Magdalena, dejando en la penumbra a la de Cleofás), y al Discípulo al que Jesús amaba (es decir, a su amigo/a). Toda la historia del mundo está resumida en esa imagen del Dios moribundo con su madre y el discípulo amigo, con Magdalena “amiga” como testigo.

Resultaría difícil, y quizá arriesgado en unos tiempos de sospecha como los nuestros, escribir una novela sobre el discípulo amigo varón, pues los datos que tenemos y el contexto judeo-helenista en el que se han transmitido, pueden abrirse a interpretaciones histórica y simbólicas, de tipo afectivo y/o religioso que hoy no comprenderíamos. Quizá no ha llegado todavía el momento de escribir una novela histórica sobre ese “discípulo amigo”, a pesar de que existen ya estudios exegéticos que ofrecen claves para trazar su posible argumento, entre ellos el espléndido trabajo de S. Vidal, Los escritos originales de la comunidad del discípulo amigo de Jesús El evangelio y las cartas de Juan, Sígueme, Salamanca 1997, reelaborado en Evangelio y cartas de Juan. Génesis de los textos joánicos, Mensajero, Bilbao 2013.

Pero ha llegado hace algún tiempo el momento de escribir la historia de María Magdalena, sea de forma novelada, como ha hecho entre nosotros D. Lamarre (=T. León), La comunidad de Magdala, Arcíbel, Sevilla 2007, sea de forma histórico-exegética, como han intentado, por ejemplo, C. Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 1994 y J. Shaberg, La resurrección de María Magdalena, Verbo Divino, Estella 2008. A diferencia de la falsa reconstrucción (estéril y plana) de D. Brown y de la mala película de Ron Howard (El código de Vinci, cf. juicio crítico incluso en elpais.com/diario/2006/06/06/opinion/1149544813_850215.html), la “historia” de María Magdalena nos sitúa ante una de las claves de la vida humana, desde la perspectiva de Jesús y de su entorno.

A pesar de lo dicho, esa “historia” de María Magdalena no ha sido escrita plenamente todavía, ni en plano de narración, ni de historia crítica, a pesar de los estudios que he citado, y a pesar de más de una docena de novelas que he leído, o al menos ojeado sobre ella, en los últimos cuarenta años, a partir del famoso “musical” Jesucristo Superstar, que tuve el honor de presentar, ante un público desbordado y expectante, en el auditorio de la Caja de Ahorros de Salamanca, el año 1975, con el entonces colega y amigo el prof. Antonio Rouco Varela.

No puedo reseñar todas las narraciones que he leído (o, más bien, empezado a leer) desde entonces sobre Jesús y María Magdalena, de la que he escrito varias veces en este blog (cf. 22.07.16; 15.07.16; 12.06.16; 11.06.16; 08.06.16 etc.), e incluso en mi Historia de Jesús (Estella 2014). Pero quiero y debo destacar esta novela de P. M. Lamet, de quien he tratado ya también en este blog (cf. 09.06.16; 12.04.15)... sabiendo que sin ella, sin el amor de María Magdalena, no habría existido la iglesia, pues ella enseñó a querer a Pedro y al resto de los apóstoles, abriendo su corazón para que vieran al Señor/amigo resucitado.

Aprender a querer

Como he señalado ya he dejado pasar varios meses desde que recibí el libro y lo leí, apasionadamente al principio, con más distancia después. Por eso, siguiendo una buena costumbre académica, dejé que pasara el tiempo, para que se fueran serenando las aguas y pudiera escribir así sobre esta nueva obra de P. M. Lamet, desde la distancia despejada, cribadas las primeras emociones, un día sereno de esta pre-primavera de la Vieja Castilla.

Como he dicho, mi primera impresión fue de emoción apasionada, que iba creciendo a medida que P. M. Lamet recreaba la historia de María de Magdala, maltratada por su padre y por su entorno, sin más salida que salir de casa y buscar la vida (su vida) con lo único que tenía, es decir, con su cuerpo, por simple y supremo afán de supervivencia, cumpliendo así el primer mandamiento de Dios en Gen 1-2: vivid… (ella no pudo cumplir el segundo, y multiplicaos, porque mujeres de su condición no pueden multiplicarse en sus hijos, pues no encuentran hombres ni amor para tenerlos).

No puedo (ni quiero) rehacer las etapas del calvario previsible de María Magdalena, de mujer usada y mal-querida, desde Cesarea, en la corte del Gobernador romano, pasando por Palmira (centro del comercio del oriente) y Petra (capital de los reyes nabateos), hasta volver de nuevo a Magdala, donde encontrará a Jesús. P. M. Lamet no se atreve a hacer que ella pase por Jerusalén, ni por Alejandría o Antioquía, las grandes plazas del imperio en oriente. El itinerario de Cesarea, Palmira y Petra le resulta suficiente.

Un camino previsible y sorprendente

Digo que se trata de un “calvario previsible”, que nos permite entrar en el camino y en la piel de una mujer con arrojo intenso, con suerte, que fue capaz de sobrevivir y madurar en los prostíbulos de la raya oriental del imperio romano, en la linde los reinos nabateos. María fue una mujer con suerte, porque pudo resistir con salud física y mental, conservando lo mejor de su humanidad en aquel estercolero ral donde la mayor parte de las mujeres como ella morían de enfermedad, de pena o de asesinato directo.

Ésta es, a mi juicio, la mejor parte de la novela, que he leído con pasión y con envidia, pues hace algo más de diez años quise escribir y escribí una historia paralela, escogiendo como protagonista, quizá por menos conocida, a Salomé, que fue también discípula de Jesús (cf. Mc 15, 40 y 16, 1). Guardo esa “historia” ya escrita en mi ordenador y en un cajón de la mesa, en espera de posible (y deseada) revisión y publicación, una historia que empieza también en Galilea y sigue por el prostíbulo “imperial” (romano) de Cesarea, donde pudo encontrarse con María de Magdala. Pero después, en vez de conducirla a Petra, quise que ella pasara por las islas de Grecia para asentarse al fin en Joppe, gran puerto judiío, encontrarse al fin con Juan Bautista en Alejandría y con Jesús de Nazaret el Galilea.

Hasta aquí, es decir, hasta el encuentro de María de Magdala (o en mi caso de Salomé) con Jesús, la historia de P. M. Lamet se me hace apasionante, por su realismo (su verosimilitud y su frescura), por los escenarios que ofrece y por los datos que aporta, aunque en alguna ocasión, como en el tema de la distancia entre Palmira y Petra se me vuelva menos aceptable.

Todo se me hizo espléndido en esta primera mitad de la novela, hasta el encuentro apasionado de la Magdalena con Jesús, como mujer redimida por amor, enamorada del Mesías (pág. 153). Después, la historia se me vuelve menos clara y transparente. Sigue siendo ejemplar (y emocionada) desde la perspectiva del amor de Magdalena, y pocas veces he sentido más cercanos los latidos de amor de una mujer que se enamora de un hombre posible (el único real que ha encontrado en una larga hilera de machos irreales y opresores), un hombre que es al mismo tiempo imposible pues no puede (ni quiere) hacerle suyo en la línea de las familias ordinarias de este mundo. A pesar de ello, como digo, la historia se me vuelve menos clara, pues no responde a mis “prejuicios” sobre el itinerario histórico de Jesús en Galilea y en Jerusalén.

El claro y misterioso camino de Jesús. Amor por carta

De aquí nace el título no sé cómo amarte, que P. M. Lamet ha dado al fajo de Cartas de María Magdalena a Jesús de Nazaret, diciéndole su amor, mientras ella va recorriendo con él su camino, unas cartas que nunca le ha mandado, por exceso de pasión y por rubor de mujer utilizada, y porque ella ha ido descubriendo que el camino de amor de Jesús no había culminado, ni culminaría hasta su muerte. Sólo después, y por amor más alto, María de Magdala entregará esas cartas de amor a Jesús a María de Nazaret, su madre, en gesto de complicidad femenina.

Éste es el argumento de la narración (novela) de P. M. Lamet, una historia admirable por su argumento, y admirablemente contada, con palabras e imágenes que logran cortar el aliento del lector (a mí, al menos, me lo han cortado varias veces). A pesar de todo ello, esta segunda parte me ha interesado e impactado menos, y ello se debe probablemente a mi prejuicio de biblista profesional, autor de una Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2014), en la que creo haber dispuesto de un modo exegético (histórico) los pasos de la historia de Jesús, de manera que los que supone y cuenta P. M. Lamet me parecen menos coherentes.

Evidentemente, esa reserva no se debe a un defecto de Lamet, sino más bien a un prejuicio mío, pues parto del supuesto de que las cosas fueron como yo las cuento (o como yo las he investigado), en la línea de mi “historia” o de la que quiere escribir, por ejemplo, J. P. Meier, Un judío campesino. Nueva visión del Jesús histórico (I-IV, Verbo Divino, Estella 1997 ss). Sin duda, P. M. Lamet tiene el derecho de contar las cosas desde su propia perspectiva, como lector directo de los evangelios, sin someterse al corsé siempre hipotético que queremos imponer aquellos que nos creemos “investigadores más críticos”. Pero, precisamente por eso, nos cuesta algo más leer su historia, tal como él la cuenta en esta segunda parte de la novela.

Pero, dicho eso, he de seguir indicando que estas cartas de María Magdalena a Jesús, escritas al filo de su historia, en los caminos que llevan de Galilea a Jerusalén, me siguen pareciendo impresionantes. Ciertamente no toman como base el itinerario de E. P. Sanders o el de J. P. Meier, o el que yo quise fijar hace unos años en la otra “novela” que escribí, como he dicho, desde la perspectiva de Salomé y su historia de mujer prostituida, liberada primero por Juan Bautista, y luego por Jesús de Nazaret… Estas cartas no siguen ese itinerario, pero anchos son los caminos de las mujeres del entorno de Juan Bautista y de Jesús, y varias las historias que pueden contarse sobre ellas.

Nadie se había atrevido a escribir un evangelio de María Magdalena como éste

Entre esos caminos e historias, uno de los mejores que conozco es éste que ha descrito Pedro Miguel Lamet, a quien debo dar gracias por lo que nos ha enseñado, pidiéndole que disculpe mi tardanza en contestarte, una tardanza que se debe también al hecho de que yo mismo tengo pendiente en el cajón de la mesa y en el PC de estudio la Vida de Salomé, la otra amiga de Jesús (cf. Mc 15, 40; 16, 1, con el dicho inquietante y poderoso de Ev.Tomás 61)...

Sabes, Medro Miguel, que he estado muy pendiente de mis comentarios eruditos, de los evangelios de Marcos (Verbo Divino, Estella 2012) y ahora, tras cinco años, al de Mateo, que estoy corrigiendo esta mañana (10.3.17) precisamente por el tema de M. Magdalena ante la Cruz del amor de Jesús (Verbo Divino, Estella 2017).

Por todo eso te digo, amigo Pedro Miguel, que me disculpes, pues he necesitado tiempo físico, pero sobre todo psicológico, para situarme ante una narración tan fuerte como la tuya, de gran aliento, de hondo calado, de precioso lenguaje de amor. Me mandaste también hace unos meses tu Cancionero de Adviento y Navidad (Mensajero, Bilbao 2016).

Lo he tenido semanas y semanas sobre la mesa, leyendo unas canciones cada día, hasta dejar que vibraran en mi vida, para escribirte después un comentario. Pero alguien vino por casa, y se tomó la libertad de meterlo en el bolsillo de su abrigo, en el duro invierno de San Morales, y de llevarlo, sin decir nada (ya sabes, muchos piensan que los libros brotan por generación espontánea), y así no he podido mandarte un comentario. Perdona, antes del próximo adviento compraré yo mismo el libro y cuando sienta el temblor de sus versos te mandaré unas letras.

Un abrazo, Pedro Miguel. Sabes que Mabel, mi mujer, te quiere y te lee. Yo te admiro, como colega escritor, como hombre de horizonte siempre abierto, y también como amigo. Xabier Pikaza

 

Pedro Miguel Lamet

Religión digital

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