HEBREOS 4,14-16;5,7-9
Nuevo TestamentoTeniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos ‑Jesús, el Hijo de Dios‑ mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna....
El cual... aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.
Esta lectura nos es conocida en parte por el domingo quinto de cuaresma. La carta a los Hebreos compara a Jesús con el Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén que, siendo hombre pecador como los demás, ofrece sacrificios por el pueblo. Así Jesús, uno de nosotros, asume la vida y muerte del hombre en sacrificio agradable a Dios.
El texto tiene un contenido muy semejante a la lectura de Pablo a los Filipenses que leímos el domingo de Ramos.
Es muy posible que toda esta simbología tan propia del Antiguo Testamento, nos resulte lejana. Pero era muy significativa para aquellas comunidades que estaban aún tan cerca de la Antigua Alianza, para las que los sacrificios del Templo tenían aún tanto valor.
Entender a Jesús desde los parámetros de los sacrificios del Templo era fácil y expresivo para ellos, no lo es tanto para nosotros. Leemos el texto por tanto con un sentido de comunión con aquellos seguidores de Jesús, tan lejanos a nosotros por su cultura y sus símbolos, y tan cercanos por la misma fe.
Sin embargo, todo este conjunto de expresiones simbólicas, tomadas del Templo y sus sacrificios, nos dicen muy poco, incluso nos llevan a una concepción sacerdotal-sacrificial que está lejos de la esencia del mensaje. Sería conveniente sustituir este texto por alguno de los muchos que pueden dar sentido más hondo a la lectura de la Pasión.